Cristina López Schlichting
La vida nueva
En la lista de la vida se apuntan los hechos (nací en..., mis padres fueron..., estudié aquello, tuve tres hijos, fui gerente), pero en la de las preferencias del corazón se subrayan los comienzos: el primer amor, el lugar donde nos conocimos, el parto del crío, mi jornada inicial de trabajo. Los principios tienen una virginidad prístina, una inocencia que los inscribe en la memoria como en piedra sin esculpir. Nos gusta esta sensación de sorpresa, la posibilidad de descubrir. Está en nuestra naturaleza preferir lo nuevo a lo viejo, el comienzo al final, estrenar que repetir. Es como si Dios nos hubiese diseñado niños, en lugar de ancianos. De hecho, los evangelios proponen la conversión del viejo en joven, no viceversa. Por eso tiene el Año Nuevo un temblor de estreno que embelesa. Es una convención, pero no sólo. El calendario permite caer en la belleza del tiempo. Segmentando la larga serie de instantes podemos apreciar, si no todos –porque andamos azacaneados y distraídos– al menos el regalo que supone alguno de ellos. El lunes no es el martes, ni las dos son las seis, ni enero es diciembre. Inaugurar el año es recibir de nuevo la oportunidad de vivir, por eso planificamos, hacemos propósitos, repasamos necesidades. Da igual que incumplamos después, lo hermoso es este impulso de renacer, esta vocación de ser nuevos. Acabamos de recibir un paquete de 365 días, doce meses para amar, contemplar, asombrarnos. No está mal hacer listas de planes, del mismo modo que es bueno felicitarse y dar gracias por las cosas buenas. Éste puede ser el año para dar crédito a nuestros deseos, espacio a nuestras inquietudes, amor a los demás. Puede ser el año en que nos preguntemos por nuestra vocación, imprimamos un giro a nuestra existencia, empecemos verdaderamente a vivir.
✕
Accede a tu cuenta para comentar