Lucas Haurie
La violencia unidireccional
Pablo Iglesias pronunciaba una conferencia en septiembre de 2013, cuando ya hacía años que debieron haberse apagado sus furores juveniles: «Perdón por no partirle la cara a todos los fachas. Cuando acabemos con esta charla, en lugar de mariconadas (una expresión la mar de respetuosa con el colectivo gay) de teatro, nos vamos de cacería a Segovia para aplicar la justicia proletaria, que es lo que se merecen unos cuantos». El domingo, los jiennenses podrán votar a la lista de Podemos, cuyo cabeza de lista está condenado por acorralar en superioridad de cinco a uno y apalear a un militante socialista; a comienzos de semana, unos activistas de la PAH de Ada Colau apedrearon una sede de Ciudadanos en Barcelona; el miércoles, un ultra vinculado con las mareas atlánticas agredió a Mariano Rajoy en Pontevedra. Que yo no digo que estos sucesos tengan que ver entre sí, pero ahí están los hechos para quien tenga tiempo de estudiar si los «escraches» importados por estos colectivos desde Sudamérica, donde los formaron agentes cubanos expertos en las ceremonia de repudio del castrismo con los demócratas de la isla, conformaron un eslabón entre la santa indignación del pueblo y el puñetazo al adversario. Lo que sí constituye una verdad apoyada en el empirismo es que la violencia política desatada en España en el último lustro es unidireccional: viaja de izquierda a derecha. Y aunque sea un juicio de valor, resulta casi incuestionable la siguiente hipótesis: si un guerrillero de Cristo Rey (en el supuesto de que sigan existiendo) le planta una hostia a Errejón, pongamos por caso, no sólo arde Troya, sino que la culpa recae directamente en el Partido Popular, atronadora campaña mediática mediante.
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