Manuel Coma

La voracidad nacionalista

El nacionalismo escocés no difiere de los paraísos que prometen otras ideologías con las que tiene que ir coaligada la sublimación nacional, puesto que carece de fórmulas propias acerca de cómo organizar la sociedad, la economía y la política. En el caso del promotor del referéndum, el Partido Nacional Escocés, la solución de sus sueños es la socialdemocracia nórdica.

Lo que sí satisface el nacionalismo, y constituye su esencia es el arrullador sentimiento de pertenencia, de comunidad, de cohesión, frente a esas horribles gentes, tan distintas, que nos subyugan y nos impiden ser lo que somos y realizar todas nuestras potencialidades y ejercer todos nuestros derechos. Es la identidad hecha política. Hechos y razones sólo cuentan como argumentos polémicos para afirmar la distinción, la alienidad frente al estado del que formamos parte, a la «metrópoli» que nos gobierna y por tanto, por el mero hecho de ser extrajera, nos oprime. Todos los ismos contemporáneos parten de la soberanía popular como única fuente legítima del poder, aunque, como en el caso de los totalitarismos, la tergiversen hasta negarla de plano, pero no hay mayor percepción de ilegitimidad que sentir como extranjero a los que mandan. El trabajo ideológico y político nacionalista consiste en convencer a los que considera «suyos» de que son una nación y las autoridades establecidas pertenecen a otra.

En Escocia, estos rasgos no se manifiestan con la misma virulencia que en otras partes, como, sin ir más lejos, en el origen de la independencia de Irlanda, con muchas mayores singularidades respecto a una Inglaterra, que sí tenía bastante de metrópoli. La propaganda escocesa ha puesto el énfasis en cuestiones de conveniencia y oportunidad. El tema de la identidad tiene importancia muy variable y puede no ser el más visible, pero está en la base de todo el movimiento. El truco nacionalista es presentar las identidades colectivas como incompatibles. Afirmar la más próxima con exclusividad frente a la más amplia, pero ese nacionalismo machaca a los que se sienten muy escoceses pero no menos británicos y, por supuesto, a los demás británicos que sienten a los escoceses como sus connacionales en todos los sentidos y como propias a las glorias históricas de aquellos. Sus recelos, naturalmente, los hacen mucho más lúcidos respecto a las trampas que encierran las promesas de conveniencia.