Venezuela

«La vorágine» colombiana

Colombia, nación rica en poetas en el romanticismo y el modernismo, ofrece una novela de tesis psicológica en la frontera misma del movimiento novelístico que se conoce con el desafortunado nombre de «boom», en el nervio medular del siglo XX, con José Eustasio Rivera (1889-1928), intérprete épico del mundo de la naturaleza, del escenario americano, con su novela «La Vorágine» (1924), primera manifestación, dicen algunos críticos, de la nueva narrativa del siglo y del sentido condición de vanguardismo. Rivera, que en 1921 escribió «Tierra de promisión», lo hizo como un puro ejercicio literario e imaginativo, pues no conocía personalmente los lugares descritos: selva, cumbre y llanos, revelándose como una vigorosa actitud dinámica, con escenas de gran plasticidad en las que su imaginación discurre a través de sensaciones visuales, auditivas, olfativas y táctiles. Literariamente es un epónimo del modernismo y de la revolución lumínica impuesta por Rubén Darío. Quizá, «Tierra de promisión» fuese la consecuencia directa de un delirio «romántico» de angustia ante la falta de humanidad y de vida en la selva, que en 1922 le valió el nombramiento de una de las comisiones creadas para la demarcación de la frontera colombiano-venezolana. Como tal recorrió el Orinoco hasta Ciudad Bolívar, atravesó la llanura, en cuya travesía enfermó de paludismo, permaneció varios meses en las regiones de Yarita, Maroa, Victorino; recorrió los ríos Negro y Casiquiare, llegando hasta Manaos. Estos viajes profesionales le proporcionaron un conocimiento directo de la realidad geográfica. Su imaginación, probada ampliamente en «Tierra de promisión», le proporcionó la vivencia de un mundo violento, donde el hombre desenvuelve una lucha titánica de supervivencia, recreando la realidad de la Naturaleza hostil en torno a tres conductos o vías de caracterización psicológica narrativa que acaso puedan señalar tesis creadoras de la narración: un problema nacionalista de límites, supuesto por la vida atroz de los caucheros en la frontera con Venezuela y con Brasil, como denuncia política y social; el impacto de la Naturaleza en la condición de lo telúrico hispanoamericano, continuación de «Tierra de promisión», que divide en tres partes: acción en los llanos colombianos y en dos secuencias en la selva, donde adquiere relevancia el tema de las caucherías, desde la mitad de la segunda parte hasta el final. Por último, en tercer lugar, el ambiente natural que imprime en los seres humanos una exaltación del salvajismo, que constituye el valor esencial de «informe» más que de «novela», aunque adquiriendo sentido literario para que las autoridades tuviesen posibilidad de alcanzar el significado sociológico profundo.

El llano es una exaltación panteística, aunque se deprime por su naturaleza tropical, que muestra su primitiva fiereza. Se advierte como, a medida que se avanza hacia el interior, la Naturaleza se vuelve más hostil y, haciendo juego con ella, las pasiones humanas y el ambiente terrorífico moldeado por la fiereza de la fauna. Culmina en los «siringales», donde la vida de los caucheros es un suplicio dantesco, y el hombre siente los impulsos más primitivos. Es decir, la selva de Rivera es inhumana y trágica; él la siente en toda su monstruosidad, pues toda en ella es podredumbre, violencia, destrucción y muerte; se aprecia en todo, incluso en la visión, ciertamente siniestra, de las hormigas «tambochas». ¿A qué se debe esta expresión de sentimiento trágico? Ninguno de los viajeros que recorren los mismos lugares los describe con tan sombríos caracteres, más parecido con «Infierno Verde» (1909) de Alberto Rangel. No puede dudarse en la visión subjetiva de «La Vorágine», donde los hombres corren irremediablemente hacia la fatalidad en una atmósfera de vértigo y locura. La crueldad humana, supera todo lo visto y oído, hasta convertir la violencia en una obsesión que se aprecia con claridad, en todos los temas: el niño arrojado a los caimanes, el peón decapitado por un toro, el destripamiento de Cayeno, el cercenamiento de las manos del Pipa o los indios incendiados clamando su dolor.

El protagonista de la novela, Arturo Cova, es un héroe anárquico, neurótico, de profundidad dramática manifestada en su destino predestinado trágico. Su locura le impulsa a un frenesí de acción, como si en razón a ella pudiese olvidarse de sí mismo. Egocéntrico y solitario, su soberbia le lleva al autoelogio ante la realidad adversa y un sentimiento de honra ofendida le impele a la venganza contra los obstáculos. Todo ello lo explica en una primera fase que marca su destino: «Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia». La violencia del hombre se desenvuelve a medida que aumenta el ambiente de la selva con la trama de la novela en los límites de lo irracional. Esa situación-límite del informe elaborado por Rivera ofrece una clara intención social de protesta por la situación miserable de los trabajadores en las caucherías. ¿Un intento para que gobierno pusiese remedio?