Julián Redondo

Lagarto, lagarto

Demasiadas veces la mala suerte se persigue; no te sorprende, la buscas. Le sucedió a Diego Costa desde que se lesionó en Bilbao. Cuesta abajo en la rodada hasta el bofetón de Lisboa. Quería los números de Cristiano Ronaldo y de Messi, soñaba con botas y balones de oro, con la Liga del

Atlético después de 18 años y la primera Copa de Europa.

Porque quizá se vaya al Chelsea, quería devolver tanto cariño de la afición que le venera con triunfos históricos. Convenció a Simeone, le garantizó que la microrrotura del bíceps femoral era una leyenda urbana. Le creyó y ambos hicieron el papelón de su vida; al Atleti le venció el Real Madrid de la manera más cruel, como mandan los cánones entre rivales eternos, y la llamada de Vicente del Bosque a la Selección se aplazó hasta el último minuto. Finalmente, Costa irá al Mundial. Con España, contra Brasil en Brasil, donde sus compatriotas en origen celebrarán sus fallos con chanzas y tras cada uno de sus goles le someterán a una sesión de vudú.

Lo probable es que sus paisanos de Lagarto, el pueblo donde nació, se abstengan de ritos paganos para satanizarle, si triunfa, y obvien, por mucho que les suene, el «lagarto, lagarto» para gafarle antes de cada partido. Porque Costa tiene toda la pinta de que va a jugar si no recae, lo cual no parece probable porque ni Del Bosque es de los que da un paso sin medir el siguiente ni los médicos de la Federación diagnostican por emociones. Diego forma parte de los 23, como Villa y Torres, su competencia por el nueve puro aunque luego juegue Cesc. La Lista, como todas las listas, es para gustos y colores; no obstante, una relación de nombres muy trabajada y, en el caso de Jesús Navas, sentida.