Toni Bolaño

Las Clarisas cumplieron

Alberto cogió su moto, como cada año, a primera hora de la mañana en dirección al barcelonés barrio de Sarrià. Compró una docena de huevos y pagó 3,18 euros. Desde hace más de 20 años, hace en nombre de los socialistas catalanes su ofrenda a las monjas Clarisas para que la Fiesta de la Rosa no quede pasada por agua. Un año no fue y «cayó la del pulpo, con rayos y truenos». Este año las Clarisas cumplieron. No cayó una gota hasta que Rubalcaba bajó del escenario.

Durante toda la mañana, miles de militantes socialistas llegaban a la Pineda de Gavà. «Hoy hemos de estar aquí aunque llueva. La situación está chunga y hemos de decir que no todos los catalanes somos independentistas», afirmaba un viejo militante que, mientras hablaba, atendía con primor la barbacoa repleta de panceta, chorizo y butifarras.

Con puntualidad británica, Rubalcaba y Navarro llegaban a las 11:45 –sonaba de fondo una sevillana– y pararon en el bar Europa a tomar un café. A su alrededor, todos comentaban la tensión política que se vive estos días. «Los socialistas somos necesarios para seguir trabajando por la convivencia». «Sí», le contestaba otro «pero hemos de fijar una posición, sin vaivenes». El tercero puntualizaba: «Que se cuezan en su salsa –por los soberanistas– sin que nosotros les ayudemos. Si apoyamos la Transición Nacional aquí se va a liar algo muy gordo».

Ajenos a la conversación, Navarro y Rubalcaba iniciaron su paseo por la Pineda. Ellos exhibían unidad. Los asistentes derrochaban cariño. Todos parecían ser conscientes de lo mucho que se juega el socialismo español en este año. «Lo importante es que estemos juntos», decía una joven militante socialista, que consiguió hacerse una foto con sus líderes. La Pineda estaba llena, pero respiraba frialdad. Los socialistas del área metropolitana de Barcelona habían sacado fuerzas de flaqueza y sacado músculo. «Ha venido mucha gente. Hoy todos querían estar aquí», decía con orgullo un responsable de la organización.

No faltaba nadie. Estaban incluso los dos principales líderes de la oposición interna, Joan Ignasi Elena y el alcalde de Lérida, Àngel Ros. Sólo una ausencia. «Falta Carme», comentaba un amigo suyo, para remachar: «Le han hecho la vida imposible». Quizá esta ausencia nos hacía ver a un Rubalcaba relajado que se dejaba querer. Y la gente quería quererle. Llegó al escenario al son de una muñeira. «Hay que mirar adelante», comentaba un alcalde metropolitano. «Nos esperan momentos difíciles». Rubalcaba y Navarro son conscientes. En el escenario pasan de puntillas por las diferencias y ensalzan la tercera vía existente «entre el inmovilismo temerario y el independentismo que fractura, elegimos el cambio, la reforma federal, para seguir viviendo juntos» para acabar ofreciéndose al choque de trenes «si Rajoy y Mas quieren liberarse de los extremos que acudan a los socialistas». De momento, las Clarisas son buenas aliadas.