Martín Prieto
Las Divisiones de Francisco
Josef Stalin oscilaba su humor entre el cinismo y lo macabro. En una de las cumbres aliadas durante la IIGM preguntó cuántas Divisiones tenía el Papa, ante el enarcamiento de cejas del moribundo Roosevelt y el enojo de Churchill, que no soportaba las groserías del habitante del Kremlin. Francisco, como desea que se le atienda, no cuenta con Divisiones sino con treinta Cuerpos de Ejército, los que se han derramado en la inmensa Copacabana que solo acogió a la mitad en el mítico concierto abierto de los Rolling Stones. Ni Hitler reunió tanta tropa para invadir la URSS. Francisco chamuya (en argentino, hablar con llaneza) y hacen autopsia a sus palabras, especialmente las del avión de regreso a los periodistas. El lobby gay celebra su criterio sobre la homosexualidad como el anuncio de un giro copernicano, y no ha cambiado nada «desde el ama y haz lo que quieras», en el entendimiento de que no debes amar contra la naturaleza ni deforestar la Amazonia con mucho amor. La Iglesia olvidó el pecado nefando y hoy sostiene el valor antropológico del matrimonio. Al feminismo radical ni siquiera le interesan las sacerdotisas (salvo a las anglicanas) ni recuerdan que la Iglesia ortodoxa prohíbe la entrada en los templos de las mujeres menstruantes. Eso de que el emérito Benedicto XVI es como tener un abuelo sabio en casa es algo más que empatía fraternal. Los arreglos quirúrgicos de la Banca Vaticana los inició Benedicto XVI, a través del aristócrata y amigo alemán, quien ahora lo preside, continuados por Francisco, quien llegó hasta con la detención de un prelado. No podemos saberlo, pero sí sospechar que los dos Papas hablan bastante en oración y soledad. El Papa Francisco es el mismo que en Buenos Aires: sencillo, austero, cercano, caminante solitario por las veredas, ajeno al boato, y, ahora, al frente de los Cuerpos de Ejército. Pero eso hace equivocarse a los que esperan que revuelva la dogmática. Su jefe de Estado Mayor es el gran teólogo Ratzinger.
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