Julián Cabrera
Las magas de Punta Cana
Lo bueno en mi caso de haber descubierto prematuramente la «tostada» era que en la noche de marras podía reptar por el pasillo para ver la «mercancía» y pegarle a mi hermano el cambiazo dejando bajo su cama el juego de lapiceros y compás y bajo la mía las pistolas de vaquero... y a ver qué padre se atrevía a contradecir por la mañana la decisión de los magos de Oriente. Lo malo fue la pérdida de esa ilusión que veía reflejada en la cara de otros niños, por muy grande que fuera mi satisfacción viendo en el cole a Genarote, tan Inocente él con unos cuantos años más que yo pero ajeno al «misterio». Hoy a algunos revisionismos parecen importarles poco esas ilusiones de la gran fiesta de los inocentes.
Al menos este año los sabios barbudos recibieron las cartas enviadas a Oriente y han llegado a pesar de las penurias del largo camino, de una cierta desorientación al despojárseles del «GPS» que suponía la estrella de David y de otras dificultades añadidas a la hora de contar con algunos gobiernos municipales y su sentido del cambio. Algún primer edil me ha recordado estos días a «Jack» el protagonista de la sublime «pesadilla antes de Navidad» de Tim Burton empeñado en secuestrar y suplantar a Papa Noel.
Entre los errores que pueden cometer los responsables políticos, uno de los más lamentables es el de pretender gobernar a golpe de sectarismo, el peor enemigo de un interés común que también contempla las tradiciones, los sentimientos y la ilusión colectiva, esa que se percibe en las fechas previas a este 6 de enero. Es esa obstinación casi obsesiva de no pocos y relevantes gobiernos municipales franquicias de Podemos por empobrecer las tradiciones y reescribir las historias. Son los guiños de un ateísmo beligerante y rancio a cargo de los mismos que atiborran la repisa de la tele de figuritas de burdas barrigones de la suerte.
Lo de recuperar –caso de Valencia– la cabalgata de «las tres magas» es seamos claros, algo más que un atisbo de ruptura con valores de un cristianismo inmensamente mayoritario, es una reivindicación republicana a costa de un espacio tradicionalmente ligado a la ilusión de los pequeños. En otros lugares –caso de Madrid– lo de sustituir en las cabalgatas de algunos distritos a uno de los reyes magos por «una mujer disfrazada» como apuntaba la alcaldesa Carmena, cuando menos resulta chocante y de trazos más bien gruesos.
La paridad bien entendida es una conquista irrenunciable, pero una joven dominicana en el papel de «Baltasara» en la madrileña cabalgata de San Blas es sencillamente otra cosa. Los más pequeños conocen una historia y una tradición y eso es cultura. De igual forma que las hadas no son «hados», estos son tres señores barbudos y bonachones llegados en camellos y siguiendo a una estrella, y no dicen «amol», «colol», «calol» y «sabol» porque no vienen de Punta Cana, sino de Oriente. Así de claro y de sencillo. Aunque visto lo visto vayan ustedes apurando el tradicional roscón, por lo que pueda venir.
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