Alfonso Ussía

Las minutas

La Razón
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La sorprendente y audaz decisión del magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena, de anular la euroorden de detención del cagalís fugado, ha dejado en ridículo la estrategia de sus abogados. A partir de ahora podrá moverse con plena libertad, viajar, hacer turismo por Europa y el mundo, siempre que España no sea el destino final. El cagalís y sus abogados saben que en España será detenido, y que después de juzgado por rebelión y sedición – delitos que no se contemplan en el código Penal de Bélgica, ese extraño país–, la condena puede superar los diez años de prisión efectiva. De ahí que el cagalís ande de un lado al otro con el rabo entre las piernas, aunque su capacidad para tergiversar la realidad le haya llevado a decir que ha ganado el primer asalto.

Todos necesitamos de cuando en cuando el trabajo, el consejo y la asesoría de un abogado. Los pedorros de los platós cardíacos y hepáticos de las cadenas de televisión pluralizan los apoyos jurídicos. «Te voy a mandar a mis abogados», acostumbran a advertir a sus contrincantes de chismes, pufos, camas y letrinas. No hay abogados en España para cubrir la demanda de esta gente tan atroz. ¿Cuántos abogados se necesitan para redactar una querella criminal o una demanda por un quítame allá ese polvete? Según los demandantes y los demandados, muchos abogados. Porque al ser advertido de la visita de los abogados del ofendido, el ofensor amenaza con otros abogados, y entre los abogados de unos y los abogados de otros paralizan la labor de los jueces, que están de los pedorros hasta las puñetas de sus togas. Pero después de conocer el número de abogados que han tejido la estrategia judicial del cagalís, lo de «mis abogados» ha dejado de atemorizar.

Diecinueve son los abogados del cagalís en Bélgica. A ver quién se hace cargo de las diecinueve minutas. Y ninguno de esos diecinueve ha sabido adelantarse a la decisión del magistrado Pablo Llarena. Una cosa es que la ANC tenga dinero para abonar las fianzas de la expresidenta del Parlamento de Cataluña y los cesados consejeros del Gobierno autonómico del cagalís en fuga; pero abonar las minutas de diecinueve abogados sólo está al alcance de un multimillonario masoquista. Los multimillonarios pueden satisfacer las facturas de cien abogados, siempre que ganen el pleito. Pero si lo pierden, contratan a otros cien abogados para demandar por inútiles a los cien anteriores. La estrategia de los abogados belgas, da igual flamencos que valones, del pobre cagalís ha sido una gamberrada. Ahora se encuentran entre la espada, es decir la continuidad de la fuga sin límite de tiempo, y la pared, que son las cuatro paredes de una celda. Al principio, todo es muy sencillo, pero pasados los meses y los años, los financieros se cansan. ¿Quién se compromete a financiar la vida, los viajes, la manutención, los hoteles y los peluqueros del cagalís durante diez años? Ahí tienen a Mas, que puso la hucha y al cabo de la multitudinaria jornada de exaltación republicana, no había reunido ni para el alpiste del canario. En todas partes la generosidad tiene una meta en el tiempo y en el dinero invertido para nada.

El magistrado Pablo Llarena ha roto con su aparente amabilidad los esquemas de los diecinueve abogados del emigrante y emigrado cagalís. Ni extradición ni vainas. Libre en el mundo, excepto en España. Eligieron al menos dotado. Verá lazos amarillos en las videoconferencias hasta que llegue la factura de la empresa audiovisual. Y en unos meses, hasta su amigo el del pelo blanco que tanto le debe, le dirá que está harto de Bruselas y desea volver a Gerona. Y encima, alguien tendrá que pagar a los diecinueve abogados, o Gallina Blanca, o Tous o el «Barça», que mucho me temo tiene las arcas tiesas desde la renovación del intocable Messi. La que ha montado el cagalís.