Alfonso Ussía

Leonorismo

Como contrapunto a la España más turbia, fea, paleta, aldeana, violenta y antiespañola, la ética y la estética de la España histórica y su Corona. La imposición del Toisón de Oro a la Princesa de Asturias ha creado una nueva corriente emocional entre los españoles. El leonorismo. Para colmo, el Rey le ha otorgado el collar de quien fuera, durante sus 45 años de exilio, el Gran Maestre de la Orden, Don Juan De Borbón, Conde de Barcelona y Rey de derecho de España. Ante sus padres, sus abuelos Los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, y su hermana, la Infanta Sofía, nació el leonorismo. También la mugre, la falta de respeto y la vulgaridad de los acumuladores del odio patrio y el importado. El odio español representado por el menguante Coletas y el odio importado por el defraudador a la Seguridad Social Echenique, ese personajillo tétrico.

Ni la Princesa Leonor ni su hermana, la Infanta Sofía, conocieron a su bisabuelo. Pero su padre les resumió el valor de su figura: «Luchó de forma incansable para lograr la España en la que hoy vivimos, y es un ejemplo para todos de amor a su Patria, a la que añoró cada día del tiempo que tuvo que vivir lejos de ella, y a la que siempre quiso y sirvió con generosidad». Porque Don Juan fue eso. El Rey desterrado que cumplió con todos los deberes sin disfrutar de sus derechos. Y la obligada y justa referencia a su padre, el abuelo de las niñas, Don Juan Carlos, «impulsor y promotor imprescindible de la Transición española, y a quien tenemos que agradecer su liderazgo para lograr el sistema democrático en el que vivimos». El sistema que desean destrozar –eso no lo dijo el Rey pero me lo apunto yo-, los que quieren amputar nuestro mapa con la ayuda de las alcantarillas estalinistas.

Y el Rey le recordó a su hija las responsabilidades que un día tendrá que asumir, los deberes de la Corona y su firme concepto de servidumbre. «Deberás respetar a los demás, y te guiarás permanentemente por la Constitución, cumpliéndola y observándola. Servirás a España con humildad y consciente de tu posición institucional». Se hallaban en el Palacio Real sus abuelos maternos, y las Infantas de dos generaciones, la del exilio en Estoril Doña Margarita, y la mayor de los hijos de los Reyes, Doña Elena. Pero en resumen, una lección de sencillez, grandeza, e insisto, de ética y estética de la mejor España.

Hasta mi admirado amigo Federico Jiménez Losantos, que en cuestiones monárquicas no es precisamente un entusiasta – y mejor, que nada afecta más a la Monarquía que el desbocado pornomonarquismo-, destaca «la extraordinaria imagen estética. El encanto, el candor, la belleza, eso que toda la vida se ha llamado “la formalidad” de la niña eran tan apabullantes, que de inmediato le saltaron al cuello con los cuchillos cachicuernos el famoso defraudador de la Seguridad Social Echeminga, y su amo Pablenín el Caraqueño». Y Antonio Burgos nutre su prosa y su melancolía en el Toisón de Don Juan, que tanto él como el que firma formamos parte de la gran manada de «cabrones estorileños», que así nos motejaban en algunos salones ducales de medio pelo.

El leonorismo ha nacido impulsado por la naturalidad. Allí estuvieron dos Reyes de España presentes y uno ausente. El que mantuvo la dignidad de la Corona en un prolongado destierro. El que impulsó la España libre y democrática que hoy desean machacar los hermanados nazis y estalinistas, y el que nos devolvió la esperanza a los españoles cuando denunció la insoportable deslealtad del separatismo catalán. Su hermana Sofía también fue protagonista, pero era el día de la Princesa de Asturias. Y nació el leonorismo, así, como quien no quiere la cosa.