Julián Redondo

Libertad de prensa

Mientras discernimos qué hace más daño, si las palabras o los pensamientos, concluimos que la libertad de prensa es letal, a veces, para quien la practica: «Charlie Hebdo». La libertad de expresión asume la crítica, por muy ácida y severa que resulte, y nos permite ser transgresores, aunque no lo seamos, e irreverentes, aunque el respeto a los demás y a sus ideas forme parte indivisible de nuestro credo, que no es ni una sentencia global ni un sentimiento generalizado. Es lo que somos y lo que nos hace tan distintos.

A mí me gustaban «La Codorniz» y «Hermano Lobo» más que la revista de los compañeros acribillados. La libertad de expresión también es cuestión de gustos, de sensibilidades y, por lo visto, enemiga de intransigentes, fanáticos, radicales, fundamentalistas, racistas y xenófobos. La libertad de expresión es, además, un privilegio de esos cernícalos que convierten las redes sociales en un vertedero y de esos memos que confunden el balazo al gendarme Ahmed Merabet, que yace en el suelo y suplica clemencia, con la «Jungla de Cristal»... Y la vida sigue.

En España, un sentido minuto de silencio ha precedido cada partido. En el Bernabéu, respetuoso homenaje a las víctimas. Después, todavía con la mirada vidriosa, el encuentro, tan desigual que el Madrid no encontró rival en el Espanyol ni cuando se quedó con diez. Hubo protestas por la expulsión y por el egoísmo de Bale, que desespera a Ronaldo, que no puede disimular los gestos de desaprobación porque el galés es un chupón; mas procura no imitar a Robespierre y si hace uso de la libertad de expresión, será en el vestuario. En el campo, clamó al cielo y no le oyó. Como Bale.