Estados Unidos
Libertad y seguridad
Cada vez que el empleado del aeropuerto me arrebata un frasco de colonia, me acuerdo de Bin Laden. No de su padre, que no era ningún criminal, ni de su madre, que no tuvo la culpa de haber criado a un hijo de puta, sino de este siniestro personaje que nos ha convertido a todos los ciudadanos de Occidente en presuntos terroristas, y ha transformado el preámbulo del embarque al avión en una sucesión de sevicias y vejaciones que ningún trabajador de un país libre admitiría de su jefe, ninguna mujer de su esposo, ningún alumno de su profesor y ningún soldado de su sargento.
Los límites de la libertad y la seguridad siempre han estado abiertos en las sociedades democráticas. En las otras, no. En las otras van a casa, te sacan de ella y te encarcelan o te asesinan, con toda tranquilidad y total impunidad. Pero en las sociedades libres ya sabemos que el aumento de la seguridad resta libertad, y al contrario. Hasta ahora se ha mantenido un equilibrio soportable –excepto en los aeropuertos– pero el presidente actual de Estados Unidos –ningún cargo es eterno– parece dispuesto a saltar la línea roja de la intimidad, no sólo de sus ciudadanos, sino de los ciudadanos de todo el mundo.
Parece que a Obama, según sus declaraciones, le parece bien que se viole la correspondencia de sus ciudadanos, que se escuchen sus conversaciones, que se entre a saco en la intimidad que todas las constituciones salvaguardan, y en especial la de Estados Unidos, en aras de la seguridad.
Vale, me rindo. Admito que este ataque sin precedentes a la libertad individual podrá descubrir la preparación de algún atentado, pero también estoy convencido de que la prohibición de que por las carreteras circulen automóviles, autobuses y camiones terminaría con los accidentes de carretera, pero a ningún político se le ha ocurrido poner en marcha método tan seguro.
En la dictadura de Franco, los terroristas de ETA actuaron a pesar de que no había libertades individuales, y para pincharte el teléfono, la policía no necesitaba de ningún permiso judicial. Y actuaron en la democracia, pero la democracia les derrotó, a pesar del infantilismo de algún gobernante que presionó para que el hasta ahora presidente del Tribunal Constitucional, Pascual Sala, legalizara a los mariachis de los asesinos.
Pensar que con el recorte de la libertad se avanza en el campo de la seguridad es una creencia tan infantil como inmadura, y causa extrañeza que Obama abrace esa causa en una sociedad donde los valores individuales están muy bien recogidos en dos enmiendas. Y es un peligro para todos. Porque el FBI no se limita a espiar a un ciudadano de Connecticut, sino que me sigue a mí, ingenuo ciudadano español, y sabe qué páginas visito por internet y qué escribo en mis correos.
Esperemos que alguien, en el entorno de esta persona que va a consentir este atropello, esta inmensa tontería contemporánea, le explique las diferencias entre una dictadura como la de Cuba y una democracia como Estados Unidos y como las que hay en Europa.
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