Alfonso Ussía
Libros y erratas
En todos los periódicos existía la figura del editor que corregía erratas y barbaridades. A pesar de los avances tecnológicos, en LA RAZÓN revisan mis artículos Macarena, Manolo Calderón, Juan Luis, Rafa y Mauricio, sabedores de mi escasa aptitud para leer en la pantalla. La pantalla del ordenador es un lenguado frío y desconcertante que se traga las preposiciones. «Estaba de buen ver», escribí en un alarde de imaginación. Me llamó Macarena. –Has escrito «estaba buen ver», y sinceramente creo que te has tragado la preposición–. Siempre acepto con humildad mis errores. En ocasiones, la errata mejora el texto, pero no es mi caso. En ABC, Jaime Campmany se las tuvo tiesas con el historiador Javier Tusell. Se intercambiaron párrafos fronterizos con la crueldad. Y en un artículo, Jaime calificó a Tusell de «tonto intonso», por aquello de su tonsura, su calva sacerdotal. Lo cierto es que Jaime Campmany quiso escribir «tonto intonso», y las prisas le llevaron a pulsar la letra «e» en lugar de la «o», y se publico que Tusell era un «tonto intenso», lo cual agradó sobremanera al extraordinario escritor murciano.
No obstante, Campmany sufrió más de la cuenta con alguna errata. Cuando dirigía «Arriba», un redactor escribió que «el Caudillo era el Jefe indiscutido e indiscutible del Movimiento», y apareció publicado que el «Caudillo era el Jefe indiscutido e indiscutible del Inconveniente», y se armó la gorda. Franco aceptó la errata, pero en un encuentro con Jaime le recomendó más celo: «De repetirze la errata voy a penzar que el inconveniente ez usté». Porque Franco, aunque gallego, ceceaba.
Yerran hasta los encuadernadores al dorar los lomos de los libros. La formidable obra de Antonio Mingote «Hombre Atónito» vive en mi biblioteca con el título de «¡Hombre, Antonio!», que es título de hondo talento. Y en uno de los ensayos magistrales de Manu Leguineche, «Filipinas es mi Jardín», retrato luminoso de la fresca de Ymelda Marcos, mi encuadernador doró el lomo con cierta distracción, confundiendo al autor y al título. Así reza: «Manuel Filipinas. Leguineche es mi jardín». Como es obvio y de esperar, así lo mantengo. También hay trampas encuadernadoras llevadas a cabo con premeditación y alevosía. Mi amigo Eugenio Egoscozábal encuadernó en plena piel el «Kamasutra» con un título que garantizaba la falta de curiosidad de su madre, muy preocupada por su afición a los libros picantes. El «Kamasutra» figuraba en la biblioteca de Eugenio como «Riesgos y Ventajas del Plan Badajoz».
He leído que Alfredo Serrano Mancilla, el profesor universitario que asesora a Maduro para alcanzar la inevitable ruina de Venezuela, miembro del CEPS y de Podemos, y fundador de los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), organismos que se distinguen por no abastecer y menos producir, es autor junto a Íñigo Errejón de un libro que se titula «¡Ahora es cuando, carajo! Del asalto a la transformación del Estado en Bolivia». Título excesivamente largo y muy dado al despiste del encuadernador. Les recomiendo, para una segunda edición boliviana o la primera en España, algo más somero. Por ejemplo: «¡Carajo, ahora es el momento de asaltar el Estado de Bolivia!». Y una segunda opción, más sintética aún. «¡Bolivia, carajo, te vamos a asaltar!».
Reconozco que Errejón nos ilustra con sus sorpresas, su prosa diáfana, su pensamiento lúcido y sus títulos impactantes. Compraré el libro si tengo oportunidad para ello. No dudo de que se ofrecerá en el Fnac. Pero no lo pienso encuadernar. No hay errata que pueda mejorar su título, y por otra parte, no hay cristiano que se lo lea.
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