Restringido

Limpieza general

No sé si los partidos políticos tradicionales y los sindicatos están a tiempo de conseguir que, al menos, se frene la caída en picado de su credibilidad y si serán suficientes los escasos gestos que se han hecho hasta ahora para que la sociedad crea que va en serio la intención de llevar a cabo una regeneración democrática en profundidad. El caso es que nos enfrentamos a un año de elecciones donde el populismo puede hacerse con la llave de muchos gobiernos, incluido el de la nación. Y ese populismo de eslogan y pancarta, vacío de ideas y de propuestas factibles, nos puede colocar de nuevo al borde del abismo, al que llevamos asomándonos de manera intermitente desde el comienzo de la crisis y del que, en estos momentos, estamos lo suficientemente alejados como para que hayamos pasado del pánico a la preocupación, lo que no es poco. Quedan apenas unos meses para que las urnas se llenen de votos y si nos fiamos de lo que dicen los sondeos populares, socialistas e incluso Izquierda Unida se pueden pegar un leñazo histórico que, en buena medida, se han estado ganando a pulso en los últimos años. Por eso se ha convertido en urgente acometer una limpieza general, caiga quien caiga, no sólo en los grupos políticos con peso en las instituciones, sino también en las organizaciones sindicales que tienen en su haber escándalos de primer orden del mismo calibre que los protagonizados por los partidos cuando no, en el caso de la izquierda, en connivencia con ellos. La gota que ha colmado el vaso del desprestigio de unos y otros es la golfería del uso de tarjetas de crédito opacas de Caja Madrid, ahora llamada Bankia, hasta su nacionalización. Entre los cerca de noventa directivos que utilizaron el dinero de una entidad que estaba en quiebra para su propio beneficio, con compras que producen sonrojo en algunos casos, hay gente de todos los colores y condición. Y la condición viene marcada por la diferencia de cantidades utilizadas y por su devolución en tiempo, aunque no sé si en forma.