Marta Robles

Living Las Vegas

La Razón
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Por estas cosas inesperadas de la vida, he pasado los últimos días del año en Las Vegas. Y pasear por ese mundo de cartón edificado en el desierto, donde se puede navegar en las góndolas de una Venecia ficticia o admirar la torre Eiffel de un París quimérico, me ha hecho reflexionar sobre la adicción del ser humano a los espejismos. Queremos construir un universo a la medida, allá donde estemos. Igual da que las condiciones no sean las propicias. Todo es cuestión de voluntad y de que ese imperioso deseo sea lo suficientemente rentable. A partir de ahí, casi todo es posible. Y digo casi todo, porque detrás del espejismo, es imposible erradicar la miseria. Es verdad que, en Las Vegas, los homeless se vuelven invisibles y en las calles solo se ve gente atareada, que camina de un destino a otro, presta a conocer esos “países” a los que quizás no irá jamás, y a recorrer centros comerciales repletos e marcas impagables; pero en las miradas de muchos se esconde la necesidad de olvidar que las cosas materiales solo valen lo que cuestan, apostando una y mil veces en los casinos repetidos a lo largo y ancho de todo el distrito y perdiendo todo lo que se pueden permitir perder –en los casinos o se pierde, o se pierde...-, e incluso a veces lo que no. Entre todo ese mundo de derroche, como siempre, mil y una mujeres atrapadas en su fatal destino de sexo por dinero. Poca poesía detrás del espejismo, que también celebra la llegada del año Nuevo con fuegos artificiales. Como mucho, tal vez, la letra de alguna canción de Elvis, elegida por unos novios improvisados...