Ángela Vallvey
Llamadas
He recibido muchos mensajes a propósito de mi último artículo, en el que ésta que lo es decía, tan chulamente, que la costumbre de hablar por teléfono se extingue. Me reprochan que yo, que siempre desconfío de los videntes, me atreva a hacer predicciones al respecto. Si bien no me las estoy dando de adivinadora, me limito a constatar un hecho: los jóvenes ya no hablan por teléfono. Utilizan Skype para conversar, o sea: la videoconferencia «gratis», aunque nada sea gratis en el mundo de las telecomunicaciones porque todos pagamos mucho por la más pésima conexión de ADSL. La gente joven «textea», si permiten inventarme la palabra, esto es: escribe (¿) mensajes llenos de faltas de ortografía a través de sistemas como Washapp, Joyn, Messenger... que, además, por el momento tienen alguna posibilidad extra de escapar al control de los Grandes Hermanos gubernamentales que espían las comunicaciones de los ciudadanos. El correo electrónico es otro elemento que cada día resulta más secundario a la hora de comunicarse: se utiliza porque es necesario para enviar mensajes a través de las redes sociales, pero el uso directo del e-mail está dejando de ser importante. Alguien dirá: «Pues mi hijo sí usa el teléfono». Claro que sí: lo utiliza para comunicarse con «usted», que ya no es precisamente un joven y rebelde melenudo, no para establecer contacto con los amigos de su edad que, como él, sólo recurren al teléfono para relacionarse con sus padres demodés. La última gran revolución tecnológica ha venido de la mano del teléfono, y ha sido tan importante que está acabando con el propio teléfono. Las compañías casi regalan las conexiones telefónicas, su negocio ahora es «venderle» al cliente productos «on-line» que ellas, curiosamente, no fabrican, de los que no son propietarias: libros, películas, series de tv...
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