Cristina López Schlichting

Llanto por los muros

Recuerdo esa tarde increíble del 9 de noviembre. La redacción se iluminó de alegría, hiperactiva y excitada. Cuando una noticia –una meganoticia, una noticia monstruo, se entiende– cae sobre el periódico, los plumillas acudimos como moscas a la miel. Nada hay más duro para un periodista que vivir algo así lejos de los despachos de las agencias, el estruendo de las teclas, el ir y venir de los redactores. Cuando se derriban las Torres Gemelas o estalla Atocha o se corona un Rey, los que tenemos este vicio en la sangre volvemos a la redacción para sentir un calor que nos alborota, acelera el cerebro y logra que las manos escriban vertiginosamente. Sólo por eso, ya merece la pena este oficio. En eso, las películas son fidedignas. Pues aquella tarde fue así. Alfredo Semprún me alargó el teletipo caliente y me urgió a traducirlo una, dos, tres veces. Y eso que era lacónico: «The Wall has fallen». Por la mente me pasaron deprisa las familias alemanas partidas, el puente aéreo de Berlín, los muertos del Check Point Charlie y esa pregunta que jalonó mi infancia en el cole: «¿Tú madre de qué Alemania es, la buena o la mala?». Qué congoja no saber contestar la primera vez, pensar que tal vez tendría que arrostrar la vergüenza de unos abuelos de un país malo...qué alivio cuando supe que Hamburgo estaba en el lado correcto, al menos desde el punto de vista de Madrid. El periódico me mandó a cubrir la caída del Muro, a entrevistar a esas funcionarias vestidas como en la guerra, que abandonaban sus puestos de trabajo en la RDA para comprar en el KDW, el gran almacén de Berlín occidental, mirando los puestos como si fuesen joyas. A escuchar a los guardias de la frontera, que lloraban entre fusiles y dejaban paso a Mercedes que venían del Oeste, cargados de universitarios que jaleaban de gozo, o a los felices «ossis» que salían con sus coches Trabant o Wartburg. A visitar esas tiendas comunistas donde sobre la escasa fruta pendía el cartel: «Coger sólo una pieza». O a recorrer las estribaciones de la Puerta de Brandemburgo, donde las televisiones del mundo habían montado sus gigantescas estructuras para grabar las imágenes de la historia. Hacía un frío de pelotas y en las fotos veo a esa niña helada que era yo con 24 años. Se habían derribado fronteras y tendido puentes. Hoy doy la noticia cuando en mi país se vuelven a construir muros de ruptura, de «nosotros somos mejores», de «solos vamos mejor», de «vosotros tenéis la culpa».