Ángela Vallvey
Lo bueno
En estos tiempos cambiantes, la «transparencia» es un concepto popular. Han caído mitos que parecían hasta hace poco indestructibles: instituciones (de las más altas), prejuicios, paradigmas sociales, figuras públicas... Debajo de las alfombras de España se acumulaba mugre de décadas, si es que no de siglos, y de repente se levantó la manta. Se han venido abajo los pactos de silencio «por el bien de este país», aunque todo el mundo entendiera como es lógico que el bien de «este país» pasaba por el bolsillo propio. La opinión y la información ya no son controlables. Se nos olvida que los teléfonos móviles hace quince años costaban un riñón y media alma y tenían el tamaño, funcionalidad y portabilidad de una caja fuerte. Hace diez años no disponíamos de los medios de comunicación electrónica que hoy parecen llevar ahí toda la vida. Hace cinco años ni siquiera existían aplicaciones de mensajería multiplataforma como «WhatsApp». El profundo cambio que está viviendo España se ha escrito también a la par que los avances de la última revolución tecnológica. La información y la opinión ya no están en manos de unos cuantos, que pueden ponerse de acuerdo para administrársela a los ciudadanos como el que expende una receta. La España de hoy es algo semejante a lo que decía Mateo Alemán que era la vergüenza: como esas redes de telarejo, que se tira de un hilo y con él se deshace todo el trabajo. Lo que acontece parece transparencia, pero quizás no lo sea tanto como el simple beneficio colateral de las circunstancias económicas sumadas a la tecnología, que han sacado a la luz una radiografía casi completa de las miserias de un país que, por cierto, no sabe que a pesar de sus grandes defectos es bueno y hermoso, como pocos en el mundo.
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