Alfonso Ussía

Lo de Messi

Me preocupa honda y lacerantemente lo de Messi. No la lesión, que parece no tiene la importancia que en un primer momento representó. Pánico silencioso en el «Camp Nou», que cuando fue inaugurado se llamaba «Nou Camp», que tanto monta monta tanto. Propongo a Florentino Pérez que el Bernabéu se llame desde enero a mayo Bernabéu y de mayo a diciembre Beuberna. Una sutil manera de ampliar el círculo de amistades mediante el despiste. Pero no es eso lo que me preocupa. Lo que me tiene alarmado es la inadaptación lingüística de Messi a la realidad catalana. Lleva once años viviendo en Barcelona y no sabe hablar el catalán. Es más, su madre y su hermana Rosarito no aguantaron mucho tiempo en Barcelona y volvieron a la Argentina. El propio Messi ha confesado que a Rosarito le obligaban a hablar en catalán en el colegio, y la niña no paraba de llorar. Lo de Rosarito tiene justificación. Lo de Messi, no tanta. En once años, cualquier ser humano –incluso un inglés– es capaz de aprender una lengua. Tampoco lo habla Iniesta, según parece. Ni Villa. A pesar del apoyo del «Barça» a la inmersión lingüística, sus mejores jugadores se entienden en español. Y ahí Wert, se lo aseguro, no tiene culpa alguna. No pretendo dotar a Messi de la facilidad de los germanos y balcánicos para aprender los idiomas de los países donde viven. En tres meses chapurrean el idioma y en menos de un año lo hablan muchísimo mejor que los naturales de la zona. Es cuestión de interés, de fijarse y de estudiar un poquito. El sonido ayuda mucho. En catalán, pelota se dice «pilota». No es tanta la diferencia. Estadio es «estadi», el verde es «vert», azulgrana «blaugrana», el balón «baló», la pelota «pilota», y un amigo, un «amic». Se le puede trabar lo de calle que es «carrer» y el chaparrón, que se dice «chafat». Pero poco más. En un largo periplo que hice junto a Baltasar Porcel, le pedí que me hablara siempre en catalán. Y a los seis días no sólo lo entendía sino que me atrevía a soltarme un poco. Gracias a ese viaje, me leí en catalán a Espriú, grandísimo poeta. No se le exige a Messi que lea a Espriú en catalán, entre otras razones porque si alguien le habla a Messi de Espriú, con toda probabilidad pensará que se trata de un defensa de la cantera. Pero once años en Barcelona obligan a determinados detalles de cortesía, y entre ellos destaca el dominio del idioma que su club defiende institucionalmente.

Tengo para mí que Messi no le perdona al catalán por los llantos de Rosarito, que ha tenido que volar doce mil kilómetros para ser formada y enseñada en español, lo cual le habían prohibido en una ciudad de España.

Y me temo que las decepciones de los aficionados culés no van a suavizarse superando este concreto y penoso episodio. Los futbolistas extranjeros que sean contratados en el futuro por el FC Barcelona tendrán que añadir a su cuidado por el buen estado físico una cartera que contenga la Gramática catalana, y alguno se puede echar para atrás. Como si a un ingeniero español contratado por una empresa vienesa le obligan a tocar con un violín los valses de los Strauss, que eran muchos los Strauss, casi como los Pujol, pero más valiosos los primeros. El señor Rosell tiene la obligación de imponerse. Si lo más importante para un nacionalista catalán es el idioma, y lo es para muchos, el daño que está haciendo Messi a la causa es inconmensurable. Messi es el ídolo de casi todos los niños de Cataluña. Messi es el que mantiene –junto a Iniesta y Xavi– el altísimo nivel deportivo del «Barça». Y el único de los tres que habla en catalán es Xavi Hernández, aunque el Hernández chirríe un poco. O aprenden catalán, que ya va siendo hora, o a la calle. A la puta calle, o la «puta carrer», porque esto no puede ser consentido.