Pedro Narváez

Lo peor que le puede pasar a un cruasán

Lo peor que le puede pasar a un cruasán, siguiendo el titulo de la novela de aquel ingenioso llamado Pablo Tusset, es acabar en manos de François Hollande. Un hombre pillado por la imperfección de su zapatos no puede llamarse presidente de Francia. Y no por lo gastado de la piel. Los dandis ingleses se los dejaban a sus criados para que los usaran y no herirse así con el brillo del nuevo rico. Pero el modelo era imperdonable. Hollande, al cabo, un embozado que parecía Mylady en la corte de Richelieu. Soy de los que sostienen que Hollande es ahora más apetecible como personaje que antes de conocer sus desvaríos amorosos. Un don nadie convertido en Don Juan. A los hombres, que en eso de la envidia pensamos más en la falocracia que las mujeres, no nos queda otra que pensar en Rabocop, como le ha bautizado algún periodista cercano, o sea que el encanto de Hollande está en su bragueta, lo que es justo reconocer no es más que otra expresión de nuestro machismo orangután, que no soporta que se lleven a la hembras alfa. Sinceramente me importa un bledo, como diría Cark Gable a Escarlata O'hara en esa expresión «lost in traslation», con quién se levanta Hollande, pero me gustará verlo en la próxima cumbre europea poniendo sobre la mesa sus exigencias a Angela Merkel, ahora que va con muletas, que es lo que se lleva en las cortes de Europa. No salen los republicanos a pregonar sobre la ejemplaridad y otras paridas que se le piden a los mandatarios como si fueran el Papa de Roma, a quien por cierto Hollande visitará en breve. La República era esto, un vodevil en el que rodaron cabezas porque la reina María Antonieta pretendía saciar el hambre del pueblo con dulces. Y el pueblo acabó comiendo cruasanes usados y pidiendo transparencia creyéndose el rey del mambo. Y tomando otra frase prestada termino: no es la República, estúpidos.