Cristina López Schlichting
Lo que hemos visto
Sonrío cuando oigo que «para ser bueno no hace falta Dios». A mitad de la vida ya has desmontado semejante ingenuidad. No me refiero a que no haya ateos irreprochables, entiéndaseme, sino a que has visto caer, uno tras otro, los castillos creados por la filantropía. Por ejemplo, la ilusión libertaria de la generación previa a la mía, la que corrió delante de los grises y militó en el PC, fue barrida por las filesas, malesas y roldanes y ha quedado para fumar algún que otro porro, engañar a sus cónyuges y ver al Gran Wyoming. También cayó el Muro y se llevó por delante las dachas de los ricos que habían prometido salvar a los pobres, pero se olvidaron en el camino socialista. Finalmente recogimos los escombros de Ruanda e Irak, de las guerras provocadas por el ansia desmedida del capitalismo sin corazón. En palabras del Papa: «Si no recuperamos la noción de verdad, sin una racionalidad compartida, sin una búsqueda de los mejores medios para alcanzar los fines más deseables para todos y cada uno, queda sólo la ley del más fuerte, la ley de la selva». Así que, cerca de los cincuenta, una se pregunta: ¿Y no hay nada en lo que confiar? ¡Porque el corazón desea confiar y la realidad habla de confianza: el amor de los padres, la belleza de los hijos, los amigos, la hermosura de la naturaleza y del arte! Y de repente lees al apóstol Juan contando cómo conoció a Jesús: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos...os lo escribimos para que nuestro gozo sea completo». Una periodista conoce a muchos charlatanes, gente que asegura haber visto fantasmas, demonios, ovnis. ¿Cómo comprobar el testimonio de Juan? ¡Pues es que los Evangelios son sólo el principio de lo que pasó! Mientras los imperios pasaban y las ideologías fracasaban, de entre los que dieron crédito a los apóstoles fueron saliendo personas excepcionales: Jerónimo, Agustín. Isidoro, Francisco, Tomás, Catalina, Teresa de Ávila, Juan Pablo II, Teresa de Calcuta...esa sucesión de santos se llama Iglesia. Hay muchos pecadores en ella, pero tiene a su cargo un Misterio que hace que la gente vuelva a ella una y otra vez en las parroquias, las escrituras, en el nuevo Papa. Hoy es la fiesta grande de la Iglesia porque esta flor humilde en la tierra lleva en sí la promesa de la vida eterna en el cielo. Cristo resucitó y hemos visto sus obras en la Historia. Hay esperanza.
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