Julián Redondo
Lo que importa
La meteórica irrupción de Bruce Springsteen ha fulminado la polémica ficticia sobre si la final de Copa debería ser en el Bernabéu. Pues es que no. Aleluya. Fin del culebrón. Se acabó. Así que a buscar otra anécdota para marear la perdiz y alimentar la rivalidad entre el Madrid y el Barça, más insana y absurda que nunca, porque trasciende de los terrenos de juego y nubla lo esencial, lo que de verdad importa: el fútbol en sí mismo. Montar un cirio y convertir cualquier nimiedad en un coñazo, es sencillo.
La campaña, en este caso la monserga del escenario de la final de Copa, comienza en el mismísimo instante en que uno de los finalistas es el Barcelona. Y como si todavía viviéramos bajo el yugo –y las flechas– de los «cuarenta años de paz», que tiene narices, el Santiago Bernabéu se convierte en parte esencial e imprescindible de la película. El segundo paso es preguntar al Joan Gaspart de turno –porque se le pregunta, no se le ocurrió a él facilitar un comunicado o convocar conferencia de prensa– que si la final debería jugarse en casa del Madrid, eliminado por un despiste. Y el ínclito Gaspart, sin recurrir al preámbulo ni a recordarle el chapuzón en el Támesis, responde categórico: «Naturalmente que sí». Luego se extiende el reguero de pólvora, y la pregunta, siempre la pregunta, adelanta por la derecha a la investidura del presidente del Gobierno, a los bombardeos sobre Siria, al drama de los refugiados, a la «desaparición» de la juez Alaya, a las tribulaciones del PP y a la ambición sin fronteras ni antifaces de Podemos, convencidos de que van a capturar pieza mayor en este río revuelto.
«In illo tempore», los periodistas olfateábamos la noticia y la perseguíamos, porque ésa era nuestra sagrada obligación. Ahora que «Football Leaks» nos la pisa, encendemos una cerilla al lado del barril de la pólvora y esperamos la explosión y sus consecuencias, para recoger los restos y culpar al muerto del estallido. Menos mal que el 21 canta el «Boss».
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