Manuel Coma

Lo que París nos dice

La Razón
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En primer lugar nos confirma lo obvio, convertirlo en pregunta es tontería: habrá más, en más sitios y procurarán que sean más dañinos. «Este ataque no es más que el comienzo de la tempestad», reza el comunicado del Estado Islámico reivindicando «el bendito ataque contra la Francia cruzada». No era necesario que nos lo dijeran. Pero nada de comienzo. Esto viene de atrás y va para largo y hay que tomárselo en serio, más en serio, pero con serenidad: los terroristas no van a conquistarnos. Antes lo harían los inmigrantes que dicen: «Os conquistaremos con vuestras leyes [electorales] pero os gobernaremos con las nuestras [la sharía islámica]». Lo exagerado, perece, decía Mirabeau, un revolucionario francés. Los yihadistas contienen en su necia desmesura el germen de su destrucción, pero hasta que ésta llegue se llevarán a muchos por delante, mucho más a sus correligionarios más equilibrados que a los occidentales, y no sólo en vidas sino bajo todo forma de destrucción, en estados opresivos, economías ruinosas etc. A su favor tienen, en nuestros territorios, la natalidad diferencial. Cuando pavoneamos la superioridad de nuestros valores, como no ha dejado de hacer Hollande en sus declaraciones, nos olvidamos de todos los valores que los occidentales hemos enviado al basurero de la historia. ¿Es decadente y suicida o un progreso de la libertad y la razón el rechazo a la vida que supone nuestra demografía y el hedonismo que implica? ¿Y el eclipse del matrimonio, célula nuclear de todo tipo de sociedades a lo largo de toda la humanidad, que Hollande refleja en su vida privada? Muchos islámicos se ven propulsados por un corrosivo complejo de inferioridad económica, científica, cultural, que compensan con una intensa convicción de superioridad moral frente a la falta de principios que suponen nuestras disolutas costumbres. Su riguroso machismo lo ven como una protección frente lo que perciben como escandaloso envilecimiento femenino. Odian lo que somos: algunos de nuestros valores y la carencia de otros. Tema reiterado por el presidente francés es que estamos en guerra. Las guerras se hacen con ejércitos, si no es que estamos hablando alegóricamente. Y para combatir en una guerra necesitamos fuerzas armadas, cuando los devastadores dividendos de la defunción de la Guerra Fría a los que se le suman las selectivas economías de la crisis han ido desarmando sistemáticamente a Europa y, con Obama el progre, reduciendo el potencial militar americano. Aunque los medios que ponen en práctica los terroristas no sean típicamente militares, sus efectos sí pueden serlo. Los del 11-S lo fueron en Estados Unidos e incluso a escala mundial, pues las pérdidas económicas en aviación, turismo y otras actividades alcanzaron los cien mil millones de dólares. Hay guerra a tiro limpio que salen más baratas. Lo fueron los del 11-M en España, pues Zapatero decretó la rendición unilateral y sin condiciones de nuestra modestísima participación militar en Irak. Lo están siendo ahora en Francia, pues el cierre de las fronteras y la suspensión de comunicaciones con el exterior es una respuesta de envergadura bélica. Pero no es sólo la magnitud de los efectos. En este caso lo es también el porte del enemigo. El nombre de Estado Islámico reflejaba una desiderata cuando surgió, pero actualmente es un territorio con súbditos gobernados de forma efectiva por la organización terrorista y ese territorio ha sido erigido en Califato. Largo me lo fiais, pero mientras no se los eche a patadas o bombazos de esa pretendida metrópoli nuclear del califato universal, seguirán haciendo la guerra para la que están en este mundo. A sus vecinos y a todo el que se interponga en su camino. Ahora le ha tocado a Francia, que les paró los pies en Mali, que ha estado, como otros muchos en Afganistán y ha soltado algunas bombas sobre la cabeza de sus nacionales yihadistas combatiendo en Siria. Lo que nadie sabe, y la policía francesa trata de averiguar, es en qué medida ha contado la cuestión de oportunidad. Ocho yihadistas han conseguido filtrarse por debajo de los radares de la seguridad francesa. Puede que no lo hayan conseguido en otros países.