Alfonso Merlos

Los buenos imputados

La Razón
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El colmo de la hipocresía, de la desfachatez. El doble rasero hecho carne. Y, por descontado, la idea de que se le puede tomar el pelo a los ciudadanos impúdicamente. Con las huestes podemitas hemos descubierto que hay dos clases de imputados: los primeros, detestables, por casos de corrupción; los segundos, respetables, por delitos cuya gravedad tasan los amiguetes de Iglesias, por encima –por supuesto– de las leyes y los jueces. Los primeros están asociados en el 99% de los casos al PP. Presuntamente han metido la mano en la caja aunque haya sido para llevarse un pequeño puñado de euros. Han prevaricado. Han falsificado documentos. Deben dimitir si ocupan cargos públicos, después de haber sido expuestos en la plaza pública y apedreados. Es el ritual y reglamento de la extrema izquierda.

Los segundos son individuos (como el caso de la joven Maestre) que han protagonizado actos de rebeldía, de valentía, de justicia social, de impulso para el cambio. Lo de menos es que esas fechorías signifiquen un atentado contra las creencias religiosas, las libertades más básicas, la convivencia. Lo de más (obviamente para la infantería antisistema) es que provoquen un debate social y sirvan para arrinconar a una derecha carpetovetonica y anacrónica. Paparruchas.

Si la portavoz del Ayuntamiento de Madrid no fuese (como tantos neocomunistas) una engañabobos, hace tiempo que habría dimitido de sus responsabilidades. Pero lo peor no es eso, sino su voluntad de mantenerse en el machito incluso si los tribunales la condenan como perfectamente podría ocurrir. Ahora Madrid prueba, también en este caso, su capacidad para persistir en el fariseísmo, en la incongruencia, en el error, en la chapuza, en el insulto. ¿Hasta cuándo tanta impunidad y tanta jeta?