Julián Redondo
Los de Pancho Villa
La figura del trepa, del arribista, el tipo ése que aprovecha la coyuntura para medrar, que pisa el cuello del prójimo para prosperar, que abraza para sentir el íntimo placer de apuñalar, que utiliza medias verdades para ascender, no es especie que se promocione en los grandes banquillos. No es James Spader haciendo la pelota a Christopher Plummer, la corte a Michelle Pfeiffer y la cama a Jack Nicholson. En las antípodas de la licantropía, los lobos de dos patas merodean con piel de cordero alrededor de la pieza e intentan pasar inadvertidos, hasta que hincan el diente en la yugular. Bartomeu y sus muchachos ven orejas puntiagudas, garras y colmillos; pero no detectan sus propias sombras. Rosell se quitó el disfraz para desterrar a Laporta sin imaginar que por su mala cabeza Bartomeu terminaría siendo el macho alfa. Instalado el lobo en el gallinero, despreció el poder de Guardiola y pensó que Martino sería una extensión de Pep y de Vilanova. El Tata no llamó a las puertas del Barça, le buscaron y, por las apariencias, el traje le viene grande. La apoteosis azulgrana era una maravillosa mezcla de talento y disciplina, de genio, atrevimiento y frescura, todo lo que de repente se ha marchitado. Y no es Martino quien ha emprendido las tareas de derribo y demolición. Seguramente, su falta de pericia, de rodaje, ha contribuido a transformar un equipo de artistas en un grupo de sonámbulos, de zombis desquiciados, desanimados y resignados a su mala suerte, que empieza en la línea defensiva y culmina con la inoperante actividad en vanguardia del ejército de Pancho Villa, capaz de invadir Estados Unidos y conquistar Columbus, o de perderse entre los arrestos individuales y la anarquía. En cinco partidos el Barcelona no ha sido capaz de ganar al Atlético. Más que una mala racha es un síntoma. Preocupante, como la desaparición de Messi cuando no está lesionado. Con la espada de la FIFA sobre can Barça, la revolución que proyectó Guardiola antes de optar por ver en directo los mejores musicales de Broadway ahora es inviable. Jugadores señalados como Cesc y Piqué resultan imprescindibles, incluso Alves, el menos convincente de los tres, o Alexis, el «Niño Maravilla» que no es ni una cosa ni otra, por mucho empeño del entrenador en demostrar lo contrario pasando por encima de la fiabilidad de Pedro. En cuanto a Messi, las sospechas se cruzan con las certezas y si los chicos de Blatter levantan la mano su futuro es una incógnita. Ahora se preguntan en la Ciudad Condal si merece la pena revisar su contrato al alza para los próximos cinco años y gastar en la «operación Pulga» 250 millones y renunciar a sus derechos de imagen. Un sector minoritario de la directiva consideraba hace unos meses traspasarlo por una millonada al PSG, por ejemplo, puesto que todos piensan que el porvenir azulgrana pasa por Neymar. Sobre quien, al contrario que en el caso del argentino, no recaen sospechas de ahorrar energías pensando en el Mundial. Así, hoy cobra actualidad y fuerza el cambio de ciclo. Martino parece agotado. La eliminación a manos del Atlético ha sentado peor que las goleadas del Bayern y la derrota en Granada es casi una sentencia que espera al miércoles para la firma. Se le cuestiona por sus decisiones, arbitrarias en algún caso, inútiles en otro y todo por su falta de cintura o de conocimiento de la materia. Lo dijo él, ni es catalán ni es holandés. Ésa es la otra cuestión: ha entrado en el Barça; pero el Barça no ha entrado en él y apenas le quedan asideros donde agarrarse. Le ha adelantado el Madrid, tan superior a los equipos manifiestamente inferiores que los golea con facilidad pasmosa. Y el Atlético no cede, aunque tiembla por el choque de la tibia de Diego Costa contra ese poste del Alfonso Pérez. Si no hubiese fallado el penalti... Cualquier lesión de este delantero es también una pésima noticia para la Selección.
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