Julián Cabrera

Los del «pescaíto»

La Razón
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Aun no siendo muy partidario de elevar a una categoría que no tienen las reflexiones de no más de 140 caracteres que se vierten en los «tweets» –vengan de quien vengan–, ayer sí me llamaba poderosamente la atención uno lanzado por el delegado de la CUP que pudo desnivelar –o no– la balanza de la votación este domingo a propósito de tragar con la investidura de Artur Mas tras ese «empate» clavado a 1.515, terminación que ya se va agotado para la Lotería del Niño. Pues bien, el mensaje en Twitter del delegado en cuestión que se «fumó» la asamblea de su partido para no estropearse unos días de vacaciones en Andalucía venía a bromear hasta desternillarse de la risa a cuento de la votación cuyo signo él pudo haber decidido para terminar con un empate, «y además yo no cambio estar allí por estar aquí hinchándome a comer pescaíto».

La anécdota del delegado de CUP, que por cierto ni habrá reparado –curiosa paradoja– en que lo que postula su formación le obligaría a acudir a otras ediciones del «pescaíto» con pasaporte en mano, tiene mucho que ver con algunos síntomas que nos brinda la política española tras las elecciones generales. La generación de políticos que lidera los partidos con nueva representación parlamentaria se está jugando el caer hacia el lado de la responsabilidad o despeñarse hacia la ópera bufa que ya se representa desde hace meses en la política de Cataluña.

El comité federal socialista del lunes añade no pocas notas a una partitura cuando menos inquietante. El PSOE, debatiéndose en una perfecta escabechina por el control del poder interno, se está mostrando en estos días especialmente tierno, diríamos que muy blandito, para las apetencias de Podemos, cuya hoja de ruta hacia la absorción por derribo de la formación aún liderada por Pedro Sánchez se está desarrollando a la perfección. Los socialistas sólo tienen clara la expulsión del PP del poder, mientras que la formación que les pretende fagocitar no se está moviendo un ápice de su ruta marcada hacia la inoculación del magma del chavismo y de las maneras bolivarianas a la Europa del sur. Es lo que saben hacer. Un Pablo Iglesias puede terminar poniendo el epitafio al partido fundado por otro Pablo Iglesias.

Pero con independencia de la lucha por el poder en el PSOE, ya constatado que «Sevilla quiere la silla», lo que se ventila es algo mucho más importante y en lo que los Sánchez, Díaz y compañía tienen un papel todavía fundamental. Se ventila no sucumbir al fracaso para todos de una repetición de elecciones. Aunque el panorama sea inédito, el partido más votado –y aquí no debe desdeñarse el paquete de profundas reformas que Rajoy pondrá sobre la mesa para defender su investidura– merecería, dado lo endiablado y casi imposible de cualquier otro tipo de mayorías, seguir avanzando en lo comúnmente asumible por positivo de unas políticas cuyo círculo no estaría tan lejos de cerrarse y eso tampoco tendría por qué obligar a un agotamiento de legislatura. O eso, o al «pescaíto».