José María Marco
Los derechos de los inmigrantes
James Cameron, el primer ministro británico, anunció la semana pasada que los extranjeros, incluidos los de la UE, que no encuentren empleo en seis meses habrán de abandonar el país. Para percibir las prestaciones, los extranjeros tendrán que haber cotizado un mínimo de cuatro años. Como es natural, el anuncio ha preocupado a todos los no británicos, en particular a los numerosos españoles que viven en Gran Bretaña. Revela la preocupación de Cameron ante los populistas nacionalistas de UKIP, que han convertido la cuestión de la inmigración en un caballo de batalla en contra de la globalización y de la integración en la Unión.
Ahora bien, aparte de la amenaza partidista que plantean estos movimientos en casi todos los países europeos –incluido el nuestro, desde hace poco tiempo– la propuesta de Cameron plantea una reflexión más de fondo acerca de la naturaleza del Estado del bienestar y su capacidad de adaptación a una sociedad globalizada. Es cierto que Gran Bretaña es de las pocas economías de la Unión que, como la española, han superado la crisis económica. Eso no quiere decir, sin embargo, que la economía esté tan saneada como para permitir un sistema de bienestar generalizado, capaz de absorber a una inmigración tan fuerte como la de los últimos tiempos. Al revés, cuanto más crezca una economía, más inmigrantes atraerá y más tensiones provocará en el Estado del bienestar, sometido a demandas que difícilmente podrá satisfacer.
Con su propuesta, Cameron parece decir que el problema no es el Estado del bienestar, sino la inmigración. Se le ha contestado que es al revés: que el problema no son los inmigrantes, sin los cuales la economía británica no crecería, sino el Estado del bienestar. Se piense lo que se piense, el caso es que cada vez va a ser más difícil postergar el debate de fondo acerca de cómo compatibilizar el crecimiento, que requiere economías abiertas, capaces de integrar a importantes contingentes de población extranjera, y una red de seguros sociales tan onerosa que, de cubrir todos los casos en todas las circunstancias, como hasta ahora ha hecho, acaba paralizando el crecimiento. El debate es difícil, políticamente ultrasensible y como tal se presta a la peor demagogia. Lo que está claro es que cuanta más demagogia y más populismo se haga, más se agravará el problema, en especial para los inmigrantes... y para los jóvenes que acabarán teniendo que emigrar a países en los que el Estado del bienestar les deje trabajar.
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