Alfonso Ussía
Los «duquesados»
No alcanzo a comprender lo que, a tan pocos afecta o favorece, les importa a tantos. Me refiero a los títulos nobiliarios. Un título es una gracia Real, que al cabo del tiempo se convierte en un argumento de cultura. Nadie es más en España por ser duque, marqués, conde, vizconde, barón o señor. Hoy en día, el viejo privilegio se ha convertido en una carga. Una carga exigente de actitudes y lealtades, pero nada más. Recuerdo el juicio de Rafael Escobedo en la Audiencia Provincial de Madrid. Me coló en una sesión José María Stampa, fabuloso penalista, defensor en sus principios procesales del principal acusado. Fue llamado a declarar el mayordomo de los marqueses de Urquijo, los asesinados. Era éste un botijillo desleal y maledicente. El Fiscal, ignoro el motivo, más cotilla que fiscal, le formuló una pregunta asombrosa, muy de plató de cadena de televisión rosa –¿Se comía bien en la casa de los señores marqueses?–; y el mayordomo acuñó una nueva voz que no se ha aprobado en el diccionario de la RAE: «Se comía bien cuando invitaban al ''duquesío'', pero en el día a día, se comía muy malamente».
En la tertulia de TVE, se restransmitía el funeral de Adolfo Suárez. Un participante, educado y con buen gusto, defendía la abolición de los títulos nobiliarios, sustentando su argumento en el ducado de Suárez. Creo que yerra. Los títulos nobiliarios son Historia de España, fundamento de la Historia de España, para muchos de sus titulares, una carga de honor sin recompensa alguna, y el Rey no está sometido a ningún tipo de consulta para ejercer esa gracia Real. En naciones republicanas como Francia, y especialmente Austria y Alermania, los títulos prevalecen y se respetan. Y en Rusia están a un paso. Costumbre y cultura.
Se hablaba de la herencia del ducado de Suárez, cuando la estupenda, guapísima y en ocasiones tornadiza verbal Mariló Montero trastabilló el concepto y afirmó «que será una nieta de Adolfo Suárez la titular del ''duquesado''».
Esther Esteban, que es una periodista excepcional y una inimitable entrevistadora, insistió en el «palabro». «Lógicamente, el ''duquesado'' lo heredará la hija de Mariam». Como cuando se dice que hay que «valorizar» y no valorar, o «influenciar» y no influir. Hay marquesados, pero no duquesados, ni condesados, ni vizcondesados, ni baronesados ni señorizados. Ducados, condados, vizcondados, baronías y señoríos. Lo del «duquesado» está muy bien, pero suena a dulce local de confitería: «Para bien desayunar, duquesados de Ontaneda».
Pero lo más grave no es otra cosa que el intento de disminuir la cultura histórica con aboliciones absurdas. En España, como en Francia, como en Alemania, como en el Reino Unido, los títulos nobiliarios representan mucho más que una tarjeta de visita impresa. Representan la obligación de mantener un patrimonio, de recordar a quienes hicieron méritos para alcanzar la nobleza, de sostener solares, bibliotecas y obras de arte difícilmente sostenibles en los días actuales. Un Rey no puede prescindir de ennoblecer a quien se lo merece. El duque de Suárez, el conde de Latores, el marqués de Bradomín, el marqués de Pubol, el marqués de Daroca, merecen esa nobleza que sólo les obliga al cumplimiento del honor. Y es más. Hoy me atrevo a insinuar, que si el ducado –no duquesado– de Suárez corresponde a quien la Ley lo corrobora, no estaría de más que Adolfo Suárez Illana, el hijo siempre entregado a su padre, recibiera el título de conde, marqués o duque de Cebreros. Y Sonsoles y Laura, señoras de la Dignidad. ¿Abolir los títulos? Lo que hay que abolir es el resentimiento y la Historia mal entendida.
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