Arte, Cultura y Espectáculos
Los errores del genio
Prince, de cuya muerte sólo sabemos que lo encontró solo, en una mansión de miles de metros cuadrados y vestido de negro, deja un cancionero incandescente. Que nadie dude de su talento. En los ochenta fue un híbrido entre Miles Davis, Smokey Robinson y Jimi Hendrix. En sus discos, los mejores, los componentes del r&b y el funk, marinados de pop cristalino, brillaban como diamantes. Frente a la imagen asexuada de Peter Pan de Michael Jackson y las polémicas teledirigidas de Madonna, Prince operaba con maestría en todos los planos. Compositor soberbio. Instrumentista superdotado. Productor astuto. Consumado bailarín. Coreógrafo. Publicista. «Sex symbol». Mito. Desconfíen cuando les vengan con la milonga de que las disqueras quisieron esclavizarlo. Sus decisiones comerciales a partir de principios de los noventa, cuando se emancipa de Warner y adopta el sobrenombre de El Símbolo, deberían estudiarse en las escuelas de negocios. Como paradigma de cuanto conviene evitar para no suicidarse. Probó todas las fórmulas posibles. Contratos al mejor postor. Discos regalados con las entradas de un concierto e incluso con los ejemplares de un periódico. Descubrió tarde que el ecosistema de las discográficas, por injusto que fuera, había permitido un siglo de bonanza. Entre otras cosas, contenía filtros de calidad, imprescindibles para evitar la saturación del mercado con piezas dudosas. Algo que Prince, potente dinamo creativa, ni entendía ni estaba dispuesto a tolerar. En mala hora. Dilapidó los últimos veinte años en guerras perdidas. Consumió una energía preciosa. Publicó discos huérfanos de poda. Obras que pedían a gritos el consejo de alguien con autoridad y mano izquierda para reconducir tan irregular exuberancia. Se refugió en la paranoia del genio incomprendido, rodeado de psicofantes, aislado de la calle. Curioso: su mejor música brotó en los días en los que trabajaba dentro del sistema, sujeto a los parámetros convencionales, rodeado de intermediarios. Sé de sobra que resulta inútil explicar la necesidad de los citados mediadores. Borrachos de ignorancia, nos regodeamos con la idea del artista angélico, limpio de visión comercial y colaboradores. Lamento explicarles que existen pocos trabajos más colaborativos que el del arte. Los abogados, productores, consejeros, editores y managers permitían que el artista dedicara su tiempo a lo importante. Abrumado por su condición de industria unipersonal, el genio de Prince languideció sin remedio. Pero el que tuvo retuvo y era muy capaz de revivir a poco que abandonase el castillo encantado. Su actuación en el intermedio de la Super Bowl, en 2007, fue un maremoto. Un volcán de música que dejó patidifusa a la audiencia. Enfrentado a las plataformas de internet, era casi imposible encontrar su música en Youtube y similares. Con su muerte, parece haberse abierto el cerco y en las últimas horas se cuentan por cientos de miles las reproducciones de videoclips y conciertos. Un legado imperial con el que reivindicar su condición totémica. Fue muy grande y también, con frecuencia, su peor enemigo.
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