Alfonso Merlos
Los hombres de Alfredo
Vuelve la ley de la patada en la puerta. Y regresa –si alguna vez se ha ido– el auténtico Rubalcaba: el «killer», el de las ocurrencias, la propaganda y el juego sucio. Pero basta escucharle decir de lo que presume para detectar de lo que carece. En este caso, de fuerza moral para presentarse como un inexpugnable gladiador en el combate de la corrupción. ¿Estamos de broma? ¡Cuánto patetismo y cuánto dislate en ese puñado de improvisadas lecciones! ¿Qué lumbrera las habrá compilado y escrito antes de ser propaladas de forma tan compulsiva y poco fina?
Pero es el PSOE en estado puro. Al fin y a la postre. Y su secretario general está a tiempo de enviar a sus incorruptibles hombres de Ferraz a la Junta de Andalucía para que ajusten cuentas con los chorizos de los ERE falsos. ¿Qué tal unas visitas a esos despachos de Sevilla en busca de legajos que prueben los inagotables casos de estafa y fraude con los que sus correligionarios se han pringado? Antes de la puesta en marcha de esta temible unidad, ¿no podría mandar también a una delegación de interventores, con el carné del puño y la rosa, a darse una vueltecita por el Ayuntamiento de Sabadell o el de Santa Coloma de Gramanet o, puestos ya, por la Fundación Ideas?
Como aquella serie en la que el inspector Paco junto a su equipo de subinspectores y demás chicos del montón resolvían casos de la manera más esperpéntica, ahora Rubalcaba nos presenta a unos intocables encargados de mantener la ley y el orden.
No es que la propuesta sea superflua, oportunista o simplemente un mero brindis al sol. Es que está muy feo tener la casa llena de porquería, como el que padece el síndrome de Diógenes, y salir a la plaza pública a proclamar la obligación de que el vecindario mantenga la suya sin una mota de polvo sobre el aparador.
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