Pedro Narváez

Los hombres que se vestían por los pies

Aún me provoca escalofríos cómo relata Albert Camus la visita a la tumba de su padre. De Camus se susurra porque se cumple un aniversario, que si no de qué cuando tenemos al hijo putero de Ortega Cano y a Chabelita embarazada como si fuera la única Fortunata que pasará a la historia por estar encinta. En aquellas líneas Camus, con 42 años, se postra ante su progenitor con lo que se daba la poética circunstancia de que el vástago vivo era en ese momento más viejo que el padre muerto. El mío ha cumplido ochenta años y como símbolo del dolor y hasta de la protesta sólo se ha enfundado el negro cuando las trompetas tocaban a difunto, y no a jazz, y enlutaban hasta la cal de de las paredes de San Fernando. Tragamos con que hay una generación perdida de jóvenes como una extensión de esa culpa colectiva de traerlos al mundo por la que si el niño no tiene la PS4 o si se rebajan las becas Erasmus no merecemos llamarnos personas, mientras se arrumban aquellos que levantaron imperios de dignidad y se vestían por derecho porque no había que buscarle más pies al gato. La náusea de Camus es anterior a esa otra de los programas en los que unos niñatos con mérito semental, que a esa edad es como aplaudir por tener íntegra la dentadura, experimentan lo que es no dar palo al agua mientras en otros a los viejos se les trata con una cursilería que creía expoliada en el circo de Teresa Rabal. Al regreso de las batallas, los laureles los llevan los bárbaros que se fuman la Lomce, como Miley Cyrus su porro holandés, y a los héroes se les humilla con un dodotis verbal en forma de debate de las pensiones revalorizadas in extremis. En este punto convergen mi padre, Albert Camus y Manolo Escobar como ejemplos que propongo para las mareas verdes que no se ponen coloradas por pedir PS4 educativas para todos porque lo que pretenden no es aprender a estar en el mundo al estilo de aquellos hombres bandera, sino tener derecho a lo último, como los televisores de plasma de Maduro. Lo recordará el que antes se pose ante la tumba del otro.