Restringido

Los inmortales

La Razón
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Quizá el día de reflexión, más que unas horas para meditar el voto a salvo de recibir el bombardeo publicitario de los partidos políticos, se ha convertido en una parte de la liturgia obligada de cualquier elección que nos permite un respiro de los asuntos que la agenda política va poniendo sobre la mesa.

Sin embargo, un día como hoy, sin actualidad política, es el momento oportuno para meditar acerca de los temas que ocupan la prioridad de la agenda de la humanidad, y si hay un tema que ocupa y preocupa a los seres humanos es la conquista de la salud, es decir, vivir más años y en mejores condiciones.

El futuro es impredecible, pero a las personas nos gusta especular e incluso fantasear sobre cómo será. En ocasiones las elucubraciones, por imposibles que parezcan, terminan convirtiéndose en realidad. ¿Quién iba a decir hace 15 o 20 años que se fabricarían impresoras 3D capaces de reproducir imágenes digitales como objetos reales de plástico, metal e incluso comida?

Más impensable era aún que los científicos pudiesen utilizar esta tecnología para imprimir pequeñas muestras de tejido de órganos. Por eso, y aunque imprimir órganos humanos completos para trasplantes quirúrgicos está todavía a años de distancia, forma parte del sueño a alcanzar mediante una técnica que avanza muy rápidamente.

Algunas universidades como la escocesa Heriot-Watt, conjuntamente con algunas corporaciones empresariales como Roslin Cellab, trabajan en el campo de cultivo de líneas celulares que abre un horizonte de investigación en este sentido: fabricar artificialmente los órganos que un ser humano necesite para mantener intacto su estado de salud.

En definitiva, la constante histórica de intentar aumentar la longevidad del ser humano parece tocar un nuevo umbral. Lo que hoy parece ciencia ficción puede ser lo cotidiano en este siglo XXI por el que estamos circulando. Esto abrirá nuevos debates bioéticos, morales, religiosos e ideológicos. Así, por ejemplo, los trasplantes de órganos, hoy por hoy, están fuera del alcance del mercado por razones éticas obvias, un mundo con seres humanos que dupliquen la esperanza de vida actual es un planeta radicalmente diferente en todos los aspectos de la vida, incluso la búsqueda de la inmortalidad terrenal es un conflicto religioso de amplia controversia.

Sin embargo, parece increíble que en el mismo momento en que se hacen esfuerzos por vislumbrar una nueva era en el ser humano, convivan en una horma calzada a golpes de egoísmo dos humanidades, una de ellas que corresponde al mundo rico y desarrollado, en la que la esperanza de vida se sitúa cerca de los 80 años; y otra que corresponde al mundo sin desarrollar, en el continente africano, donde la esperanza de vida sólo alcanza los 57 años y la malaria y las enfermedades diarreicas están entre las principales causas de muerte.

Un mundo de desigualdades no sólo entre unas y otras regiones del mundo, sino también dentro de las mismas sociedades occidentales.

En EE UU, la inviabilidad para pagar las facturas médicas causa el 60% de todas las bancarrotas familiares. El 39% de pacientes terminales declaran que están preocupados, o muy preocupados, sobre cómo ellos o sus familiares pagarán sus facturas. Cerca de 45.000 personas mueren al año por falta de cobertura sanitaria. En ausencia de aseguramiento, algunas personas retrasan la visita al médico, y cuando van al médico, ya están muy enfermos. Y en muchos centros sanitarios no se les atiende.

La crisis económica ha puesto en evidencia, en algunas sociedades europeas, la vulnerabilidad de nuestros sistemas sanitarios con la reducción de la cobertura poblacional y prestacional.

La enfermedad daña la salud y arruina a las familias. La OMS cifró en 2012 en 100 millones de personas las que caen anualmente en situación de pobreza por los costes relacionados con una enfermedad en el ámbito familiar y en 150 millones de personas al año las que atraviesan serias dificultades económicas por la misma causa.

Esta es la consecuencia de las llamadas enfermedades económicamente catastróficas, que producen la ruina de la familia en caso de no ser cubiertas las necesidades por un esquema de compartición de riesgos o aseguramiento público amplio. El perjuicio de la falta de salud es elevado no sólo en términos vitales, sino que también genera problemas de iniquidad.

Por eso, además de soñar con la eterna juventud o con la inmortalidad, deberíamos hacer un esfuerzo por consolidar las estructuras de los sistemas sanitarios que funcionan, por eliminar desigualdades e inequidades, por asegurar una cartera mínima de servicios a todos los seres humanos del planeta.

Mañana serán las elecciones, a partir de pasado alguien recibirá el mandato de los españoles de gobernar; esperemos que el próximo periodo aporte a la agenda de las personas mayor atención que esta campaña electoral que ayer terminó.

Por cierto, los buscadores de quimeras, posibles o imposibles, traen a la cabeza las aquellas palabras de la novelista de ficción Susan Ertz «hay millones de personas que suspiran por la inmortalidad cuando no saben qué hacer una tarde lluviosa de domingo».