Gonzalo Alonso
Los Oscar de la música
Mi crítica de la ópera de Philip Glass «El perfecto americano» en el Real expresaba textualmente en su final: «Pueden pasárselo mucho mejor y emocionarse, por mucho menos dinero, yendo al cine a ver "La vida de Pi", más impactante que la de Disney». Pasárselo mejor a pesar de ser una tragedia, pero contada de una forma imaginativa que va mucho más allá de la más tradicionalmente cruda de Haneke en «Amor», por otro lado incluso liviana para quienes hemos vivido situaciones similares. La realidad supera con frecuencia la ficción. Formidable la dirección, la fotografía, los efectos visuales y... la música. Muy distinta ésta de la también excelente de John Williams para «Lincoln» y bastante lejos de las bandas sonoras que habitualmente triunfan en los Oscar.
Pero la ceremonia tuvo algunas cosas más que comentar. Barbra Streisand volvió a cantar en ella, tras más de 30 años de ausencia, para rendir homenaje a un compositor, Marvin Hamlisch, de quien llevó a la fama «The way we were». Entonó de nuevo la melodía y, a pesar de ser un gran admirador suyo, no puedo menos de confesarme que tal como éramos no lo somos hoy por más que queramos. ¿Cómo pudieron resultar los conciertos que celebró el pasado año en su pequeña gira? La voz se ha extinguido, mermando muy especialmente aquel envidiable registro agudo. Sólo la clase, que nunca la pierde quien la tiene, pudo mantener la actuación.
Mucho mejor parada, a los setenta y cinco años –cinco más que Streisand– quedó Shirley Bassey, otra de las grandes del «entertainment» y de los escenarios desde hace décadas. Todavía pudo con «Goldfinger», la canción que la hizo aún más famosa y con la que se recordaba los cincuenta años de James Bond. A su lado empequeñeció Adele, intentando que se la escuchase con la ayuda de la tecnología –y ni así– en la canción principal de «Skyfall». En este caso se cumplió sin duda alguna aquello de que «tiempos pasados fueron mejores». Menos mal que, entre las viejas glorias en el ocaso y pretendientes imposibles, apareció una cuadrilla de astros interpretando una de las piezas de «Los miserables». Aquí sí dio igual que Russell Crowe no cante un pimiento porque la fuerza del conjunto eclipsó las carencias individuales, demostrando que Hollywood sigue siendo Hollywood.
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