Alfonso Ussía

Los pilares de Mas

La Razón
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La monja coñazo. La elegante Rahola, La pobre Carulla. San Guardiola. Karmele Merchante. El subvencionado Puigcorbé. Y ahora, Joan Rodríguez Serra, el que fuera concejal de ERC en Cubellas, practicante de la pederastia y condenado a más de seis años por abusar de menores. Uno de ellos, de los menores abusados y violados, se suicidó. Éstos son algunos de los pilares ciudadanos de Mas. Se me olvidaba el somnífero Lluis Llach, del que dicen que, comparada a la suya, la conversación de un berberecho puede resultar amena. La monja, la madre con hija estudiando en Suiza, la actriz de los «trenes con gente para diluir Cataluña», el leal amigo de Tito Vilanova y reiterado triunfador de la Bundesliga, la payasete enriquecida en los platós del Estado invasor, el fresco del Cine español, el pederasta y el «lorazepam» Llach, el que aburre a los mejillones.

La lista de apoyos a Mas desde la llamada plataforma «Juntos por el sí» sigue abierta. Su composición actual necesita de otros refuerzos de similar prestigio. Se me ocurren nombres con trayectorias de intachable catalanismo, pero prefiero ser prudente y callar, como Piqué.

Todos ellos son dignos representantes de lo que representan. Pero uno de ellos no merece compartir el esplendor de la lista. Ni la monja, ni la Rahola, ni la actriz, ni la chismosa, ni el actor, ni el entrenador de fútbol ni el cantante más aburrido que una pecera con un solo pez, han sido acusados y condenados por practicar la pederastia. No se condena sin pruebas. Y uno de los menores que pasó por la lujuria repugnante de Rodríguez Serra no pudo superar la experiencia y se quitó la vida. No conozco al individuo, pero se saben sus antecedentes. Estoy seguro de su catalanismo a ultranza, de su entusiasmo independentista y todas esas cosas. Pero también de su condición humana, o mejor, inhumana. Es un vertedero, un depósito de basuras, un desalmado – es decir, sin alma–, que está marcado para toda la vida por sus acciones y las consecuencias derivadas de ellas. Ni Mas merece un apoyo semejante. No albergo duda alguna de la patriótica obsesión de Rodríguez Serra por vivir la luz de la independencia de Cataluña. Quizá el menor que se suicidó después de pasar por sus dominios de macho degenerado era también independentista. Quizá, en el día de hoy, ya mayor de edad, ese joven estaría en algún movimiento soberanista. Pero no pudo ser. Se quitó la vida porque no asumió su condición de menor violado. Y no entendería que su violador, el causante de su desdicha, de su dolor, de su depresión y de su muerte, formara parte de la relación de catalanes que apoyan el independentismo desde el prestigio de sus nombres, aunque el prestigio, en el presente caso, sea una lacerante ironía fronteriza con el insulto. ¿Prestigio la monja, la Rahola, la Merchante, Puigcorbé? Vamos, vamos, vamos.

Aquí ni hay forma ni hay fondo. La forma se ha desdibujado y el fondo es de fango putrefacto. La mentira continuada y encadenada durante decenios termina por convertirse en la verdad de los débiles creando una imbecilidad compartida de muy complicada curación. A esa imbecilidad compacta han contribuido con sus complejos –UCD y PP–, y su incoherencia pactista antiespañola –PSOE–, muchos gobiernos de España. Los que entregaron a los nacionalistas la Educación en Cataluña. Los que han jugado con el concepto de la «nación catalana», que todavía no ha existido porque no lo ha sido jamás. Los que entregaron cabezas y trayectorias en bandeja de plata a Pujol a cambio de un apoyo parlamentario. Los que gobernaron y presidieron la Generalidad de Cataluña con los independentistas en un tripartito demoledor y necio.

Aquí están los resultados de las cobardías, las componendas, los pactos y los complejos.

Pero la sociedad de Cataluña, no la plena, sino la soñadora de soberanías imposibles, no puede tolerar que un condenado por pederastia y responsable indirecto de la muerte de un joven catalán reclame su lugar y sitio en una lista de incondicionales de Mas, Junqueras y el proceso que llevaría a Cataluña a la ruina. Ni la monja coñazo, ni la Carulla de los trenes, ni la Rahola de la niña en Suiza, ni la innecesaria y mema cotilla, ni el entrenador que sólo ganó con Messi, ni el actor del peor cine español, ni el cantautor capaz de aburrir a los asistentes del Sorteo de Lotería de Navidad, merecen compartir una lista con un pederasta. Si ellos mismos lo aceptan, entenderemos mejor su mediocridad.

Ni tampoco lo merece Mas, que en ese aspecto nada tiene que temer en su futuro.