Reyes Monforte

Los principitos

La Razón
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Los niños funcionan, lo hacen siempre. Eso lo sabe hasta el peor guionista: pon un niño –o un perro– en una historia y, además de eclipsar al resto del reparto, el público babeará. Lo malo es que el adulto lo sabe y esquiva cualquier dique moral para conseguir sus intereses, aunque éstos vayan en contra del menor. Por eso, un descerebrado de 55 años amenaza con envenenar tarros de comida para bebés y distribuirlos en los supermercados de la ciudad alemana de Friedrichshafen si no le entregan varios millones de euros, porque sabe que ante la imagen de un niño, el personal cae entregado. Se ha convertido a los niños en moneda de cambio, en armamento disuasorio, en material propagandístico, en carne de chantaje. La utilización de los menores, especialmente si es por parte de sus padres, provoca vergüenza ajena. Se empieza utilizando a los niños en la publicidad anunciando coches, leche sin lactosa o hipotecas bancarias, y se termina llevando al niño a hombros para ponerse frente a un policía que, cargado de razón y sentido común, le explica al padre que no utilice a su hijo ni le ponga en peligro. Servirse de niños para repartir propaganda electoral –da igual de qué ideología o creencia–, auparles para que introduzcan papeletas en una urna, llevarles a una manifestación –¿a modo de escudo?–, o incitarles a vociferar lemas que ni siquiera alcanzan a entender, es simplemente rastrero. Y lo es aquí, en San Petersburgo, en Cincinnati o en el asteroide B 612, el pequeño planeta de donde venía El Principito. Su autor, Antoine de Saint-Exupery, ya lo advirtió: los niños han de tener mucha tolerancia con los adultos. Y lo que les queda. Para Jean Jacques Rousseau –desconozco si le gustaban los niños, aunque parecía respetarles más que algunos padres a sus propios hijos–, la infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir, y nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras. Dejad a los niños en paz, o crecerán y se cobrarán la venganza, haciendo pagar caro el perdón. Porque la venganza siempre llega y, como las personas indeseables, suele aparecer en el momento más inoportuno. Recuerden al Principito: se debe pedir a cada cual lo que está a su alcance realizar.