José María Marco

Los sueños y los derechos

En unas declaraciones recientes, Rodríguez Zapatero nos animó, ni más ni menos, a convertir los sueños en derechos. La frase ha sido poco comentada, quizás porque ya estamos vacunados contra las ensoñaciones del ex presidente, pero es una síntesis perfecta de lo que ha significado el zapaterismo en la vida española y, más allá, en una cierta forma de hacer política en la que se puede encuadrar a Obama, a los socialistas franceses y pronto, a la chilena Michelle Bachelet, que parece convencida que la infantilización de la opinión pública es la mejor forma de ganar elecciones. Proponer que nuestros sueños se conviertan en derechos equivale a prometer lo que no se puede cumplir y, sobre eso, a abrir la puerta a un mundo donde la libertad individual, es decir la responsabilidad y las consecuencias de los propios actos, está anulada. La persona queda convertida en un eterno adolescente que dependerá toda su vida de las decisiones de quienes alimentan su ensoñación. El nuevo ciudadano abdica de su libertad en el altar de la comodidad. Se puede relacionar esta forma de hacer política con lo ocurrido en Mayo 68. Está bien, pero lo que cuajó bajo ese nombre fue una revolución que venía de los años 50, de las luchas por los derechos civiles, y continúa hoy en día. Afecta a la forma en la que vivimos nuestra propia identidad. La globalización la acentuó luego, y desde entonces somos cada vez más lo que nos proponemos ser, sin posibilidad alguna de volver a una situación en la que la identidad venía definida por la tradición o por un acuerdo moral que se desplomó entonces para mucho tiempo.

Hay que partir de esa radical ampliación de la libertad para comprender lo que nos ocurre, por ejemplo la quiebra del Estado de Bienestar, y sentar las bases de la política que nos corresponde. Echar de menos otros tiempos es como sentir nostalgia de la sociedad de antes de la Revolución francesa o de la liberal. Esa misma libertad nos debe llevar a mostrarnos más y más exigentes con nosotros mismos y con nuestros representantes. Lo peor son los políticos que confunden esa libertad, todavía por explorar en muchas de sus consecuencias, con la promesa de una felicidad total, al alcance de la mano. Lo que está detrás del infantilismo de Rodríguez Zapatero y sus colegas es, tanto o más que Mayo 68, la nostalgia del socialismo. Quizás por eso, el que todavía no se ha recuperado del zapaterismo es el PSOE.