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Los tejedores y el Rey

La Razón
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El cuento de los tejedores, de un falso mágico paño que sólo podía ser visto por aquellos que fuesen hijos de quien todos creían que era su padre, alcanzó fama hacia mediados del siglo XIX, de la pluma de Hans Christian Andersen. Aunque los españoles ya lo conocimos mucho antes, de la mano de Don Juan Manuel, no podemos afirmar que el danés se inspirase en nuestra literatura, pero por si acaso, es conveniente reivindicar nuestra obra.

Efectivamente, el cuento XXXII del «Conde Lucanor» relata esta magnífica historia en la que unos falsos tejedores, valiéndose del temor de todos los demás a reconocer que no veían la tela mágica, por miedo a que se les imputase padre desconocido, llevó al esperpento del rey a pasear desnudo por las calles ante la simulación colectiva de que veían el traje confeccionado con el paño.

El timo se descubre cuando un hombre, que no tenía nada que perder, se atrevió a decir en voz alta que no había tal traje ni dicho paño y que el rey iba sin ropa alguna.

Algo así es lo que está ocurriendo con los pactos de investidura. Todo el mundo sabe que es muy improbable que ésta se produzca con éxito, pero no hay nadie que no siga instalado en el discurso de que hay que intentarlo y que se está avanzando en este sentido.

Es una situación de alucinación política. Se trabaja intensamente simulando la normalidad de un proceso de negociación, incluso con sus tiras y aflojas, llegando a pactarse hasta una reforma de la Constitución española, a la que, por cierto, los mecanismos de reforma exigen mayorías parlamentarias importantes, además de convocatoria de referéndum en determinados artículos.

Este espejismo colectivo ha llevado a la dirección socialista a convocar una consulta a los militantes no para avalar un acuerdo de investidura, que no existe, sino para expresar el acuerdo con el pacto con Ciudadanos.

Esta alianza arroja un saldo de 129 diputados en una cámara de 350 y, a tenor de lo expresado por Podemos y Partido Popular, habrá más votos en contra que a favor en ambas votaciones de investidura.

En realidad, la movilización para la consulta a los afiliados es una manera sofisticada de probar la paciencia de la militancia. La pregunta, en esencia, parece que tiene como objetivo saber si los miembros del PSOE quieren que el candidato socialista sea investido presidente. La respuesta a la pregunta es evidente; supongo que la misma pregunta realizada a los militantes de los demás partidos acerca de sus respectivos líderes tendría respuesta similar, incluso en el caso del PP. Pero para realizar una consulta se requieren ciertas condiciones previas: la primera es haber llegado al suficiente número de acuerdos que garanticen más votos a favor que en contra; en segundo lugar, explicar las condiciones de los pactos, en cuanto a contenido programático y en lo referido a composición de Gobierno, y, por último, delimitar con precisión de cirujano de quién no se va a aceptar el apoyo ni activo, ni pasivo, ni ausente.

En todo este contexto no deja de resultar, como mínimo chocante, que el presidente del Congreso haya adelantado la investidura un día, es decir, que se iniciará el 1 de marzo. El motivo que se ha conocido parece ser que es el error en el cálculo para que unas hipotéticas elecciones repetidas puedan celebrarse el próximo día 26 de junio.

Lo llamativo es que se está dando por descontado que se producirá nueva convocatoria electoral. Podemos ha manifestado su rechazo, al igual que el Partido Popular. Éste ha argumentado que la convocatoria de comicios es competencia del presidente. Es decir, que ahora se trata de la fecha que más convenga a unos y otros en función de las circunstancias en lo interno de sus partidos. Cuando aquel hombre del cuento le dijo a voces al rey que iba desnudo, éste se volvió para insultarlo y apelar a su falta de padre. Después, otro hombre gritó lo mismo y después otro y otro,... hasta que todos perdieron el miedo y su rey dejó de ir ridículamente desnudo encima de un caballo. En este caso, el monarca tuvo suerte, porque, como bien relata Don Juan Manuel, era verano y la ausencia de ropa no le hizo padecer frío. Imagínense si, además, hubiera sido invierno.