José María Marco

Los últimos españolistas

La Razón
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La victoria de Alexis Tsipras en Grecia tiene ese carácter un poco misterioso –«dramática», la calificaba ayer LA RAZÓN– de las decisiones que cambian la naturaleza de aquellos a los que afectan. Tsipras fue el hombre que iba a transformar la Unión Europea. Ahora es un europeo absoluto, dispuesto a cumplir las reglas de la Unión porque son esas reglas –y no cualquier otra cosa– las que encarnan los valores que la Unión Europea representa: Europa, en una palabra. En el camino hay muchas cosas: el plebiscito caudillista, el avance de un espíritu común europeo (hecho en este caso de reticencias ante los «despilfarradores» griegos), instituciones –más democráticas de lo que parece– que canalizan ese espíritu, y una negociación empeñada en tener en cuenta los intereses de todos, incluidos los de los griegos a los que no se podía expulsar de la Unión. Tsipras sigue suscitando desconfianza, pero ya no es percibido como una amenaza. Al menos por el momento.

No se puede decir lo mismo de los nacionalistas, en particular de los nacionalistas catalanes. Para llegar al punto al que ha llegado el líder de lo que queda de Syriza, Mas y sus compañeros de candidatura tendrían que acabar con la nación española y, a partir de ahí, acabar con la Unión Europea tal y como la conocemos. No se trata sólo de una cuestión práctica. Se trata también de una opción de fondo, que afecta a la naturaleza misma de la Unión. Ésta ha ido avanzando, a veces a trompicones como en el caso de la crisis griega o en la actual de los refugiados, pero siempre en la misma dirección: integración, disposición a tener en cuenta intereses distintos de los propios, cesión de soberanía.

El movimiento de irse para volver de nuevo y refundar una unidad que antes no nos gustaba no encaja en este planteamiento. Encaja bien, es cierto, con la historia bullanguera de una veta lunática del genio español, del que los separatistas catalanes son ahora mismo los mejores representantes. En cambio, no se corresponde con el proyecto de conformación de entidades complejas, tan español o más que el gusto por la bullanga, y que es, al menos en parte, legado del antiguo Reino de Aragón. Los catalanistas podrían haber dado una lección de europeísmo, que consiste en tener en cuenta la complejidad de las cosas. La están dando de españolismo, en el peor y más tópico sentido del término.