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La Razón
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El nacionalismo ha hecho mucho daño en Europa y lo sigue haciendo. Aunque esté «de moda» en Cataluña, desde luego no es un fenómeno exclusivo de España. En los últimos años, los europeos estamos sufriendo el nacionalismo del gobierno alemán.

Con la crisis económica, se extendió la idea de que en España, como buen país mediterráneo, somos perezosos, imprecisos, poco disciplinados y con una cultura del trabajo de calidad alejada del presunto espíritu germánico.

A pesar de las pasiones que levantan las ideas nacionalistas, sean del polo que sean, el fraude de la compañía Volkswagen evidencia que la ambición desmedida y la mala praxis empresarial y profesional no es exclusiva de ningún territorio. Ciertamente, si el fraude lo hubiese cometido una empresa de claro marchamo español, hoy estaría en cuestión la capacidad de los ciudadanos mediterráneos para garantizar nuestra solvencia, pero esto significaría no ver más allá.

En realidad, poco tiene que ver el nacionalismo con el neoliberalismo. Sin embargo los nuevos conservadores alemanes son ambas cosas y las practican sistemáticamente.

La crisis económica parecía el final de esa corriente de pensamiento ideológico que apuesta por la desregulación y por limitar la intervención pública en la vida económica. Las hipotecas «subprime» y las prácticas de muchas entidades financieras eran la prueba evidente de que el mercado descarnado y desregulado tenía efectos catastróficos.

A principios del siglo XVIII, un médico intrigante y satírico, Bernard Mandeville, escandalizó a toda la sociedad de su tiempo con la publicación de su libro «La fábula de las abejas». En él, defendió que los vicios privados, como la búsqueda a cualquier precio de ganancias y el egoísmo, se traducían en beneficios públicos, tales como la prosperidad económica.

¿Acaso los defensores del neoliberalismo abrazan las ideas de Mandeville? En verdad, ¿alguien puede pensar que el mundo económico sin regulación y normas que defiendan y protejan a los consumidores y al resto de empresarios puede cumplir su función social?

El fraude de las emisiones de los motores de la Volkswagen pone de manifiesto una inadecuada regulación por parte de los poderes públicos. El mercado es el mejor sistema de asignación de recursos que existe, pero es muy imperfecto, por eso no se puede delegar el poder de la sociedad entregándolo al poder económico. Es el poder democrático el que tiene que acotar los límites del poder económico y subsanar sus imperfecciones.

La ambición desmedida y las lagunas legislativas provocan que empresas con una trayectoria prestigiosa e intachable durante casi ochenta años arriesguen todo su crédito y su prestigio. La salida de la crisis de la compañía alemana, con 11 millones de vehículos afectados y una marca dañada que ha caído en ventas como consecuencia del escándalo, es difícil.

El principal fabricante europeo también es el empleador de muchos trabajadores en sus factorías, concesionarios y talleres que son también víctimas de la irresponsabilidad de algunos.

En historia de la economía, John Kenneth Galbraith aseguró que «La persistente supervivencia de la teoría clásica sólo puede entenderse al comprobar que las creencias clásicas protegen la autonomía y los ingresos del sector empresarial, a la vez que sirven para ocultar el poder económico que ejerce como algo natural la empresa moderna al declarar que todo poder pertenece de hecho al mercado».

Sin duda, hay que aprender las lecciones, el Estado no sólo sigue siendo útil, sino que es necesario. La regulación es una garantía para toda una sociedad que quiere el libre mercado, pero también quiere seguridad y no quiere delegar el poder en el mundo empresarial.

Una sociedad sin valores sería una sociedad gravemente enferma. La ética no es ajena a los negocios, la responsabilidad social corporativa es el mejor instrumento que tiene el mercado para no morir a consecuencia de sus excesos. Es momento de construir un mundo en el que el dinero no sea la medida del éxito, en el que la libertad de unos no sea el sometimiento de otros y en el que la ambición no sea sinónimo de los «vicios privados» de Mandeville.

Se debate mucho sobre si la socialdemocracia sufre una crisis ideológica. Qué lástima perder el tiempo en eso, cuando quienes deberían estar gravemente heridos son sus dos enemigos, el neoliberalismo y el nacionalismo. Lo cierto es que sólo hace falta dar autenticidad a la esencia de los valores y las ideas del socialismo democrático.