José María Marco
Madrid, ciudad moderna
Ortega era un gran aficionado a las metáforas y se divirtió en una ocasión citando a Calderón para argumentar una opinión suya, demasiado famosa, según la cual España es un país poco articulado, invertebrado como dijo en un título célebre, utilizando de nuevo una metáfora zoológica. Efectivamente, Calderón, refiriéndose a Madrid, había dejado escrito que «está una pared aquí / de la otra más distante / que Valladolid de Gante». Ortega hizo trampa, como ocurre siempre que se recurre a comparaciones y metáforas. Calderón no quería decir que Madrid careciera de un principio de «vertebración», como si fuera un discípulo de Ortega (muy) avant la lettre. Lo que quería decir el dramaturgo –madrileño, por cierto– era que los habitantes de Madrid no se conocían unos a otros por muy vecinos que fueran. Vivían, por tanto, en una situación de anonimato y establecían relaciones impersonales y abiertas, con identidades móviles, no fijadas por la tradición, y siempre por definir y actualizar. Lo que insinuaba Calderón era que Madrid es una ciudad moderna.
La modernidad de Madrid dio mucho juego a los escritores y contribuyó a convertirla en la ciudad más literaria del mundo, junto con París, hasta que dejó de existir la literatura. Pero lo que aquí nos interesa es el significado profundo de esa radical modernidad de Madrid. Procede de su designación como capital política, al mismo título, y sin querer establecer comparaciones, que Jerusalén o Washington D.C. Capital política quiere decir desligada de cualquier poder territorial, de cualquier elemento que pudiera interferir el ejercicio del poder, y por tanto sin los lazos orgánicos que tanto echaba de menos ese gran conservador acomplejado que fue Ortega.
Por eso Madrid fue desde el primer momento, y ha seguido siendo desde entonces, una ciudad abierta, en la que las raíces quedan atrás, y que invita a los madrileños a realizar un estilo de vida que ellos mismos han de inventar por su cuenta. Se entiende así que Madrid haya estado siempre en el punto de mira de esas dos grandes ideologías ultra reaccionarias –religiones políticas, más propiamente dicho– que son el socialismo y el nacionalismo. Las dos están obsesionadas con encuadrar a la gente en un papel, por hacer de las personas seres dependientes, sin autonomía, sin capacidad para decidir su vida, lo que quieren ser. Madrid siempre se les ha resistido, porque a Madrid, ciudad moderna por naturaleza, le repelen las idolatrías primitivas y sacrificiales que encierran a la gente en familias, clases y tribus.
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