Julián Redondo
Mal rollo
Para Zidane no hay cábala que valga, encaja el golpe y ostenta el ánimo del luchador que ha perdido una Liga, cierto es, y no la «Champions». ¡Pero cuánto tiene que mejorar su equipo si no quiere verse arrastrado por la vorágine del fútbol, huracán despiadado que al primero que tumba es al entrenador! Siempre. El directivo abre un paraguas tras otro y lo cambia cuando las goteras le llegan a los tobillos. Y la avería que ha originado el Atlético –Caperucita que se manduca al lobo– es colosal, por las grietas que dejó al descubierto y sus consecuencias. El Barça vuela alto, tan seguro que se antoja inalcanzable. A doce partidos para el final liguero, eso duele. El Atlético le ha ganado con un arma tan simple como que sabe a lo que juega –mejor contra los grandes– y resguardado por un muro infranqueable. ¿Por qué no jugará siempre así? Ésa es otra cuestión que importa un bledo a la desencantada afición madridista.
Por si fuera poco perder en casa contra el eterno rival, vecino al que la grada del Bernabéu exigía hace nada dignidad para competir, la desenvoltura del Madrid fue tan viscosa que Cristiano sacó la lengua a pasear tras el partido: «Si todos estuvieran a mi nivel, iríamos primeros». Critica a los compañeros –a los más débiles–, añora a los ausentes y en el vestuario ha colocado una bomba de relojería que Zidane, leyenda que se consume a velocidad vertiginosa, tiene que desactivar. Problemas con el juego, con el seguidor y con la estrella. Muy mal rollo.
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