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Mala puta

La Razón
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Debe de ser una obsesión. Que el insulto más recurrente que encuentra el hombre –no es una generalización, es mera exposición– para arremeter contra la mujer, siempre se ofusque en esas cuatro letras, seguro que tiene alguna explicación ancestral. Todo se moderniza, pero el tema del insulto, no. A estas alturas, llamar a una mujer puta como summum de la injuria o de la ofensa, suena rancio y antiguo y denota una desesperación infantil en quien la pronuncia, una rabieta de impotencia mal digerida. Un cómico insultó a Inés Arrimadas con un poema satírico en el que la llamaba «mala puta». Les ahorro el disgusto de transcribirlo; o mejor no: «Cuando Inés va en ruta, las pelotas fuera, chuta, de los lodazales sale sucia, salpicada, nada enjuta. Se disfraza dentro de la gruta, en demócrata se transmuta, sueña que votos escruta y grita ¡míos!, la mala puta». No sé si suena peor el insulto en sí, o definir esto como poema y calificarlo de satírico. El día que algunos descubran la poesía y el humor, ambos modelados a golpe de talento, les sobrevendrá una embolia de la que seguramente no se recuperen. No ha sido la única agraviada. A Irene Montero, un juez le dedicó otro poema: «La diputada Montero, expareja del ‘‘coleta’’ ya no está en el candelero, por una inquieta bragueta. Va con Tania al gallinero». Cuando lean a Bécquer, se quedarán sin palabras, con suerte. Igual que no creo que semejante engendro semántico merezca la denominación de poesía, insultar a una mujer llamándola puta es una simpleza tan precaria, fácil, estúpida, vetusta e insulsa que define al torpe que lo profiere más que a la persona aludida. La simpleza tiene tendencia a pasar inadvertida, más si el tiempo se encarga de erosionarla. Quizá algún día lo consigamos. Para el poeta Walt Whitman, la literatura estaba llena de aromas. La que ambicionan estos dos figuras con complejo de inferioridad, apesta a mediocridad. Lo escribió Sor Juana Inés de la Cruz, «hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis». Las putas y las monjas siempre han compartido un destino infravalorado por mentes sobrevaloradas. Personalmente, creí que ya no se estilaba, lo imaginaba empolvado. ¡Pardiez!