Alfonso Ussía
Margallo
El Estado, el administrador de España, ha funcionado a la perfección en la búsqueda y repatriación de los españoles afectados por el terremoto en Nepal. Y ese buen funcionamiento hay que agradecérselo al ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, que ha dirigido todo el dispositivo. Todavía quedan, atrapados en las cumbres y desaparecidos con dramáticas perspectivas casi dos centenares de españoles. En uno de los aviones de la Fuerza Aérea Española, con el ministro a bordo, han volado a España 44 compatriotas, y hoy despegará de Nueva Delhi el avión que repatriará a 83 españoles más. Españoles de todas las regiones que a partir de ahora, algunos de ellos, respetarán con más hondura y agradecimiento sus raíces.
A García-Margallo se le conoce por Margallo, como a Rodríguez Zapatero por Zapatero, aunque Zapatero sea el segundo apellido y Margallo forme parte del primero, que es compuesto. Sorprendió su nombramiento en Exteriores, por cuanto Margallo es economista y su perfil característico no encaja en principio con el diplomático. Ha atinado y desatinado en diferentes ocasiones, pero ha demostrado coraje de representante del Gobierno y del Estado en una situación trágica que ha afectado a casi medio millar de españoles.
García-Margallo tiene el corazón donostiarra. Allí lo conocí cuando, para desgracia suya, era ya mayor que yo. Es un político eventual, que habla con claridad, e incluso con crudeza cuando tiene la razón o cuando se equivoca. Carece por completo de los «tics» que los profesionales de «La Carrera» van adquiriendo al paso de los años. Los tiene bien puestos, como Ana del Palacio, que también los tenía aunque sea mujer. Se trata de una metáfora grosera pero efectiva. Ha coordinado Margallo toda la operación desde la Embajada de España en Nueva Delhi, cuyo titular, Gustavo de Arístegui, además de un gran diplomático es hijo de un héroe. Su padre, como máximo representante de España, eligió la muerte a cambio de la huída. Arístegui significa «el sitio del roble», «el lugar del roble». El roble fue arrancado brutalmente de sus raíces, pero aquello que representaba mantuvo, gracias a su sacrificio, la dignidad. También era vasco, y me atrevo a recordarlo con emoción y gratitud.
Hay tres Ministerios de Estado que merecen siempre una especial prudencia en la valoración y la crítica. Defensa, Exteriores e Interior. Son ministerios que no precisan de profesionales en la materia. Ni Jorge Fernández Díaz es policía, ni Pedro Morenés militar, ni García-Margallo diplomático. Un ministro de «La Carrera» siempre está sujeto a simpatías y antipatías acumuladas en el desempeño de su profesión. Los ejemplos de Morán y Moratinos son elocuentes. Morán fue considerado profesionalmente durante el franquismo, y Moratinos creció a la sombra de los Gobiernos de Aznar. Ya en el poder, uno y otro arrasaron y establecieron en los pasillos a muchos de sus compañeros que no compartían la ideología socialista. Un diplomático representa a España, sea cual sea su inclinación política. Como un militar, un policía o un guardia civil.
A España y a su administrador, el Estado. Y el Estado ha demostrado que funciona cuando uno de sus representantes tiene las ideas claras en situaciones confusas. Margallo ha ocupado el lugar del capitán que no abandona a su tropa. Retrasó su vuelta para esperar a los compatriotas afligidos y garantizar la vuelta de todos. Muchos no volverán, por desgracia. O lo harán sin vida. Pero hay que saber agradecer, aunque sea su obligación, la competencia y los desvelos de un buen ministro.
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