César Vidal
Más gris que blanco o negro (I)
A lo largo de mi vida, han ido pasando los años y algunas sensaciones, como la de que Estados Unidos es una nación especialmente mal conocida en España, se han ido acentuando. Aunque es cierto que pertenecemos a un área geo-estratégica común y consumimos productos culturales norteamericanos, como el cine, en cantidades industriales, ese desconocimiento resulta palpables en episodios como el último crimen racista acontecido en Charleston. Paso por alto los medios de comunicación que calificaban de «misa» los cultos evangélicos –un disparate no menor que el de calificar una misa como celebración del Ramadán– o los que interpretaron los círculos de oración como negros cogidos de la mano para protegerse. A fin de cuentas, España se ha caracterizado históricamente por conocer sólo la fe católica y en las últimas décadas ni en eso obtiene buenas calificaciones. Con todo, no son admisibles muchas de las afirmaciones relacionadas con el racismo, la actuación de Obama o la bandera de la confederación. Me explico. El racismo es un problema en Estados Unidos. Sin embargo, no lo es más que en otras naciones del continente americano o europeas. Quien haya recorrido Perú o Guatemala sabe que los indígenas sufren una discriminación mayor que los negros en cualquiera estado de la Unión, pero quien se moleste en escuchar las conversaciones de mis queridos compatriotas refiriéndose a los sudacas, los moracos o los ponipayos –podría citar otros términos – sabe que no es planta inexistente en una España que se jacta de no ser racista. Hay una diferencia, sin embargo, y es que en ninguna de esas naciones existe un esfuerzo tan denodado para luchar contra el racismo como en Estados Unidos. Es cierto que en Norteamérica hay racistas delirantes que califican de manera intolerable a los negros, pero también al hijo –español, por supuesto– del director de un piadoso medio en internet lo procesaron hace unos años por difundir mensajes similares a los de Roof aunque no aparecieran en la prensa. El racismo, lamentablemente, no es una lacra que se manifieste sólo en Estados Unidos y a la que podamos contemplar con la autocomplacencia del que se cree –de manera muy errónea– éticamente mejor. Se palpa sobradamente también en España y en naciones más cercanas a nosotros por razones históricas y culturales que los Estados Unidos. Si los resultados son, en apariencia, tan diferentes se debe a circunstancias – desconocidas o malentendidas – que no derivan de superioridad moral alguna. Pero de eso hablaré en otra entrega.
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