Ely del Valle
Más queimada
A Mariano Rajoy nada parece perturbarle: ni la desafección de su electorado, ni la descomposición del mapa electoral, ni la imposibilidad de conseguir apoyos. Su imagen impasible ante el desgaste prematuro, las críticas de los incondicionales y el nacimiento de nuevas fuerzas tienen descolocado al personal, que anda dividido entre los que no saben si están ante un nuevo Gandhi y quienes empiezan a pensar que es un extraterrestre procedente del Mar de la Tranquilidad incapacitado para entender que una gran parte de los votos que le colocaron al frente del Gobierno no eran más que gritos de auxilio de quienes se agarraron a él como a un clavo ardiendo para enterrar la insoportable levedad de su antecesor. Rajoy no hace más virajes que los que le obliga la salida por la tangente de un par de ministros o los que le señalan sus asesores. Los suyos se sienten decepcionados y los demás, una vez la crisis empieza a estar domada, vuelven a lo suyo. Y ahí sigue él, impasible el ademán, proponiendo pactos imposibles en periodo preelectoral y manteniendo la raya del pantalón en un momento en que lo más «cool» es la regeneración y la España camisa blanca de mi esperanza. A Rajoy alguien debería explicarle que cuando respira lo necesario para seguir vivo no ilusiona y que sólo provoca una cierta emoción cuando se cabrea y saca a relucir al gallego de lengua afilada que dormita en su interior. Menos horchata y más queimada. El problema es que, como a Curro Romero, el genio sólo le sale de ciento en viento, y así la navegación es harto complicada.
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