Francisco Marhuenda
Mas y la destrucción de España
Desde la Antigüedad hasta nuestros días ha existido el territorio que conocemos como España. Ha ido evolucionando, como el resto de Europa, pero ha existido una realidad que tiene muchos siglos de historia. Primero fue un espacio geográfico donde existían íberos, celtas y celtíberos, con una gran diversidad de tribus con nombres que resultan fascinantes, como el propio Tartesos, que sería el primer «reino» que existió en la Península Ibérica y que atrajo a fenicios y griegos. Las riquezas del sur y el levante peninsular se convirtieron en el polo de atracción de las factorías de estos pueblos. La caída de la ciudad fenicia de Tiro y del resto de territorios que componían el espacio político, cultural, económico y social que conocemos como Fenicia hizo que Cartago asumiera la ocupación territorial del sur peninsular. La lucha con Roma por la hegemonía mediterránea abrió paso a la conquista y colonización de Hispania. Desde entonces hasta hoy, nunca existió un territorio independiente políticamente llamado Cataluña. En cambio, durante dos milenios ha existido la idea de España.
El reino godo de Toledo, lo que se denomina el reino visigodo, era una idea de España donde confluyeron los hispanorromanos con los godos que ocuparon pacíficamente el territorio por medio del pacto de hospitalidad. Se unieron definitivamente con la conversión de Recaredo al catolicismo y el abandono del arrianismo. En ese tiempo tampoco existía Cataluña. La brutal invasión musulmana, idealizada por algunos historiadores progres, fue entendida como una pérdida de España, y consiguientemente la gran obra de la Reconquista fue la voluntad de todos los reinos cristianos de recuperar España. En este tiempo tampoco existía Cataluña. Tan sólo desde el desconocimiento de la Historia se puede considerar que Wilfredo el Velloso es el fundador de la nación catalana. La verdad es que se hubiera quedado estupefacto. Lo mismo les hubiera sucedido a sus sucesores y por supuesto a Ramón Berenguer IV, el conde de Barcelona que se casó con Petronila, hija del rey aragonés Ramiro II. El conde barcelonés se convirtió en príncipe de Aragón, pero no en rey, ya que este título sería asumido por su hijo, Alfonso I. Una vez más es bueno recordar que Cataluña no existía como entidad política. Era el nacimiento de lo que históricamente conocemos como la Corona de Aragón, que incluía el territorio que actualmente es Cataluña con los condados en el sur de Francia, aunque el sueño del imperio occitano acabó en la batalla de Muret (1213).
Ningún rey de Aragón hubiera entendido el disparate político-ideológico del nacionalismo catalán. Por supuesto, tampoco las élites dirigentes, enfrentadas a los reyes, tanto la nobleza aragonesa como la catalana, en defensa de sus intereses de clase. He leído despropósitos sobre los fundamentos del derecho a decidir basados en la sistemática manipulación de la historia y su adaptación a los conceptos políticos actuales.
Los catalanes somos más sentimentales que «mercantilistas» y el camino adecuado es tanto la firmeza frente a los despropósitos de Artur Mas, que ha conseguido destruir a CiU y ahora lo hará con CDC, como mostrar que España quiere a Cataluña y a los catalanes porque son una parte indivisible e imprescindible. El nacionalismo siempre ha manipulado los sentimientos, la historia y la realidad magnificando agravios para conseguir apoyo social. Se han destinado miles de millones de euros a la «nacionalización» de Cataluña. Se han exaltado los signos identitarios y las diferencias con un objetivo último de destruir España, porque España sin Cataluña no existiría. El escenario es muy grave, porque el nacionalismo y sus formulaciones anteriores siempre han buscado momentos de debilidad para llevar a cabo su objetivo secesionista. La Historia nos enseña que el único camino es la firmeza, la comunicación, el sentido común y la sensibilidad.
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