Museos

Matar al «padre»

La Razón
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Lo reconozco: la manifestación a las puertas del Museo de Boston para exigir la retirada de los Renoir que forman parte de su colección me parece lo más impactante, transgresor y divertido que ha sucedido en el mundo del arte en mucho tiempo. Desde hace años llevo por bandera mi beligerancia contra el impresionismo, cuya actitud polemista inicial se tornó de inmediato en un favoritismo descarado por parte del coleccionismo. De hecho, se puede afirmar que el impresionismo y el mercado del arte nacieron al mismo tiempo y suponen esencialmente lo mismo. El impresionismo es el auténtico y genuino arte pop, el más querido y clamado –por accesible– por la gran parte del pueblo, la gran marca que genera colas kilométricas en los museos . La suya es una fama desmesurada que obedece no tanto a méritos artísticos cuanto a una precisa fórmula sensiblera que, a la postre, la opinión mayoritaria ha identificado con la «pintura verdadera».

Si el impresionismo es la gran patraña de la historia del arte, Renoir ha trascendido como su estampa más genuina. Definiendo su estatus en los términos más directos posibles, su obra constituye para la pintura moderna lo que la telenovela para el cine: el contrapunto rosáceo e inflamado que conquista masas con un solo golpe de vista. Quienes se han atrevido a mostrar su disconformidad por el protagonismo de Renoir en el Museo de Boston están dirigiendo sus iras contra uno de los mayores creadores de gusto estético del último siglo. Y, claro está, examinando los resultados de su educación, los efectos devastadores que su paradigma ha causado sobre la mirada del espectador contemporáneo, no es de extrañar su pretensión de «matar» a uno de los grandes padres del lamentable circo contemporáneo. Lo deseable es que este primer y simbólico acto no quede en una mera excentricidad y sea el germen de una «Internacional Anti-Impresionista» que se apodere de todos los museos del planeta y procure una reestructuración de sus colecciones permanentes, absolutamente ebrias de la pincelada suelta de los avispados pintores franceses. He tenido un sueño: museos en cuyo recorrido no haya que atravesar salas y salas consagradas a la pandemia impresionista.