Lucas Haurie
Mataron a nadie
Expósito es el apellido que eligió Juan José Campanella para el protagonista, encarnado por Ricardo Darín, de su sublime película «El secreto de sus ojos» (2009). Es el patronímico que tomaban los niños abandonados (expósitos a la puerta de un convento, por ejemplo) y sirve al realizador argentino para jugar con él en una de las escenas más sobrecogedoras del metraje. «Ella es Hastings, es intocable. Vos sos Expósito, vos sos nadie», le larga amenazante un matón de la junta militar al funcionario que trata de esclarecer un crimen cuyo culpable está protegido por la dictadura. Así se apellidaba Domingo, un padre separado malagueño, también encontró una muerte violenta en Argentina. La madre de su hija había puesto un océano de por medio con la cría y él marchó en pos de la reagrupación familiar, como en «Marco», célebre serie de dibujos animados: «De la Penibética a los Andes», podría haberse titulado la cuestión de no haberse cruzado en su camino un sicario que lo acribilló a quemarropa, en presencia de su segunda esposa y un hijo de ésta, nada más llegar a Buenos Aires. La persona que presuntamente contrató al pistolero, su ex mujer, fue detenida ayer en el aeropuerto de Comodoro Rivadavia y se enfrenta a una condena a cadena perpetua. La noticia corona una semana trágica en lo tocante a la violencia doméstica, con cuatro mujeres muertas en tres días, con la diferencia de que estos crímenes sí quedarán computados en una estadística oficial mientras que aquél dormirá el sueño de los justos en un anaquel de la hemeroteca. También en la hora del óbito, desmintiendo a Valdés Leal o a Jorge Manrique, apellidarse Expósito equivale a ser nadie. O tal vez ser hombre equivale a ser olvidado.
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