Alfonso Ussía
Me hubiese gustado...
Y mucho, queridos compatriotas, hablar con vosotros públicamente en la triste noche del 21 de octubre. Lo consulté con Pedro Arriola y no me lo permitió. Soy vuestro presidente del Gobierno, votado mayoritariamente por los españoles, y el 21 de octubre, como todos los ciudadanos de bien, sentí repugnancia, desolación y asco. Otra cosa es mi obligación de respetar y acatar las sentencias judiciales, aunque de Estrasburgo vengan. España es un Estado de Derecho y no puedo dejarme llevar por la emoción o la indignación en casos concretos como el que nos ocupa y preocupa. Cuando pensaba en la sentencia del Tribunal de los Derechos Humanos –qué ironía–, de Estrasburgo, sentí un doloroso abatimiento. Mi política, al frente del Gobierno, se ha fundamentado casi exclusivamente en la macroeconomía. De veras, y no os miento. Cuando me hice cargo de la Presidencia del Gobierno me encontré con una nación quebrada por el derroche, la incompetencia y la sinvergonzonería de la Administración anterior. Estábamos a un paso del rescate, con la prima de riesgo por las nubes, las esperanzas arruinadas y sin posibilidad de supervivencia. Fui antipático y adopté medidas odiosas e inflexibles. Hemos superado la agonía y vemos la luz. Pero a costa de olvidarnos de la microeconomía, del esfuerzo y la desesperanza de las clases menos favorecidas, de acogotar a la clase media con impuestos lacerantes e injustos, y de no cumplir con las promesas electorales. Y creo que ha llegado la hora de solicitaros el perdón y la comprensión. Deseaba pedir perdón a todos los españoles a los que mi política ha perjudicado, pero Arriola no me lo ha permitido. Ayer supe, que además de la economía y la macroeconomía, un presidente del Gobierno tiene la obligación de dar la cara y hablar sin tapujos, con valentía. Haceros ver que la libertad de esa asesina sanguinaria me causa la mismas náusea, desesperanza y asco que a vosotros. Y haceros ver, asimismo, que no tengo otra salida que acatar la maldita sentencia. Os lo quería decir, pero Arriola me recomendó silencio. Este Arriola es un personaje especial. No es nada en mi partido, no se presenta a las elecciones, nos sale carísimo y manda sobre el presidente del Gobierno. Muy extraña la situación, sinceramente. Pero también mandaba sobre Aznar, que hizo a su mujer Celia Villalobos ministra de Sanidad cuando ésta sabía de Sanidad lo que yo de poesía guaraní. Conmigo en el Gobierno es tan sólo vicepresidenta del Congreso de los Diputados, porque de cuando en cuando tengo carácter y no le obedezco a Arriola, que la quería al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores. Hoy, españoles, españoles de bien, os quiero pedir perdón por no haber sabido atender vuestras demandas. Y sobre todo, por haberme dejado llevar por la desidia en la firmeza con el terrorismo de la ETA y el separatismo catalán. Pero Arriola me ha dicho que el silencio es la mejor medicina contra uno y otro, y aunque yo no lo considero así, si lo dice Arriola por algo será.
Hoy ha abandonado la cárcel una asesina sanguinaria, cruel, malvada y repugnante. Me han obligado a abrirle las puertas. Pero os quiero recordar que me siento tan humillado, tan avergonzado y tan indignado como todos vosotros. El origen está en las «conversaciones de paz», en «Otegui es un hombre de paz», en la orden de Rubalcaba a los policías condenados por el soplo del «Faisán», en el nombramiento de López Guerra para que hiciera el trabajo sucio. Lo hizo Zapatero, pero yo no he sabido o no he querido remediar el desaguisado. Y os pido perdón. Estoy profundamente asqueado en lo personal y herido emocionalmente, y me hubiese gustado que lo supiéseis, pero Arriola me recomendó el silencio, y hoy en silencio asisto a la derrota de nuestro sistema de derechos y libertades, viendo cómo una asesina terrorífica ha vuelto, gracias a la ETA, Europa Ta Askatasuna, a asesinar a todas las víctimas del terrorismo.
He cumplido con el Estado de Derecho. Me hubiese encantado cumplir con vosotros, pero ya sabéis, este Arriola se las trae, y no me lo ha permitido.
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