Cristina López Schlichting

Media luna a media asta

La Razón
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A Wassim Bouhlel le han partido la vida. «Zigzagueó –explica a la BBC– sin que se pudiese saber en qué dirección iba. Mi mujer, a un metro... estaba muerta. El camión arrolló todo... vallas, árboles. Nunca habíamos visto nada semejante. Algunas personas se colgaron de la puerta, intentando pararlo». Los dos son de origen árabe y los dos residen en Niza, sólo que uno es asesino, el otro, víctima. Mohamed Lahouaiej Bouhlel lo planificó, vaya si lo planificó. Un tipo violento, con antecedentes por maltratar a su mujer. Un fracasado, conductor profesional de envíos, que provocó accidentes en la carretera y tenía problemas económicos. Supongo que también –y es cosecha propia– un hombre con hambre de gloria, porque decidió morir a lo grande, ocupando los titulares a toda página. Lo malo del islamismo radical es que ofrece a una persona maligna la posibilidad de ascender a los cielos con trompetería y lujo. Un absurdo en cualquier otra concepción religiosa. Así que Bouhlel decidió aprovechar y llevarse por delante a cuantos más, mejor. En Saint Laurent du Var no tuvo problemas para alquilar el enorme tráiler congelador, que, total, no pensaba devolver el día 13. Apuró fechas, de hecho, y el día 14, en el momento final de la Fiesta Nacional, hizo acopio de todo su rencor hacia el mundo y se lanzó por entre la ilusionada multitud tronchando, segando, desollando y partiendo cuerpos, hasta que los tiros de la Policía lo pararon. ¿Y ahora qué? Él se va a su cielo con huríes –un lugar que nadie normal querría compartir– y nosotros nos quedamos con unos cuantos millones como él. Cuando escucho a algunas personas vindicar la violencia en nombre de una supuesta justicia, pienso en casos como éste. Cuántos voluntarios para hacer «justicia» y arreglar el mundo: ETA, por ejemplo; o determinados adalides sociales o religiosos; o los partidarios de la guerra de clases. La violencia es cosa vieja, de tiempos de Caín, sólo cambia la excusa. ¿Cómo distinguimos a Wassim Bouhlel de Mohamed Lahouaiej Bouhlel? (Ojo con generalizar, porque Wassim y su mujer muerta son tan inocentes como tú o yo). Una camarera del paseo de los Ingleses de Niza ha confesado a «El Economista» que no tiene miedo «porque ya viví los disturbios de Argelia». A los españoles nos pasa un poco lo mismo, al menos a mí. Tras ver asesinar a mi compañero de «El Mundo» José Luis Caso, hartarme de ver cadáveres tiroteados en los tanatorios del País Vasco, vivir en Ermua el asesinato de Miguel Ángel Blanco, ya sé que un español se parece mucho a otro español, que un vasco se parece mucho a otro vasco y que sólo la suerte puede librarte de caer en las garras de los malos, así que mejor no obsesionarse. No sé, por pedir, pediría más ayuda del colectivo musulmán para diferenciar unos de otros. Fuera los yihadistas. Señaladlos, hermanos musulmanes, que una bandera negra de la media luna ondee a media asta en todas las mezquitas.